Amaneció nuestro último día en la capital de la provincia de nacimiento del mismísimo Carles Puigdemont. Mientras nos íbamos desperezando, hacíamos las maletas y nos dábamos unas duchas, descubrimos que faltaba un juego de llaves. Todo un desastre que fue solventado buscando en los bolsillos de la comitiva.
Una vez solventado el inconveniente fuimos dirección al aparcamiento con intención de desayunar por el camino. Lo hicimos en la cafetería Caffè Bistro. Nuestra despedida de la ciudad no podía ser mejor: un café con cruasán en una terraza de la Rambla de la Llibertat. Al acabar fuimos dirección al parking para recuperar a nuestro amigo alemán, no sin antes subvencionar unas cuantas papeletas más.
Ya en el coche, con nuestro bluetooth y sus temazos, pillamos carretera dirección a Zaragoza. Sólo nos detuvo una parada obligatoria en una gasolinera, ya en la provincia maña. El viaje tuvo poca cosa, como algún desvío para evitar las retenciones.
Sin quererlo nos plantamos en Zaragoza y depositamos el vehículo en un aparcamiento al lado de la Basílica del Pilar, uno de los objetivos de la parada. Como no podía ser de otra forma nos dimos una vuelta por los aledaños mientras mirábamos el monumento, a la par que quedaba retratado por nuestras cámaras.
Por supuesto, era obligatorio entrar. Había una parte cerrada pero ya solo la parte que pudimos contemplar era un espectáculo.
Acabado el recorrido y tirando de TripAdvisor buscamos un lugar donde comer con el objetivo de comer ternasco. Encontramos uno y tras dar una vuelta por la zona llegamos al sitio.
Por desgracia ese día el lugar estaba cerrado. Por suerte habíamos visto uno de camino y desandamos nuestros pasos hacia el local, La Imperial, que además estaba muy cerca de la basílica. Quedamos realmente satisfechos tras un gran trato del camarero, un gran menú y un servicio muy ágil.
Volvimos a por el coche para encarrilar la carretera. La siguiente parada era Madrid, no sin antes nuestra celebración con algarabía al pasar de nuevo por el meridiano cero. ¿No me digáis que no es algo para celebrar?
Finalmente llegamos y la capital nos esperaba a una preocupante temperatura de 42º.
Después de más de 5.000 km recorridos, y más de 75h a bordo de nuestro vehículo, uno a uno fuimos abandonando la expedición.
Era el principio de la vuelta a la vida real. Y nunca mejor dicho.