Suenan los despertadores y con ello la primera sorpresa (o quizás no tanto) del día. Uno de los viajeros (casualmente el que había sido perturbado el día anterior) sale de la habitación para reclamar el desayuno. Cuál es su sorpresa, al comprobar nada más abrir la puerta, que el señor Pino ha vuelto y se encuentra justo detrás de la puerta de su habitación.
Le indica que ya están listos para el desayuno, mientras el recepcionista realiza varias preguntas acerca de las preferencias para el desayuno, alargando innecesariamente la conversación.
Una vez lleno el estómago, el sufrido viajero intenta acudir a la otra habitación para ver si el resto de compañeros ha finalizado ya, y poder terminar con esta pesadilla. Al abrir la puerta, vuelve a encontrar a su amigo italiano al fondo del pasillo. El señor Pino parece haber entrado en trance. Con la cara desencajada y la boca abierta le mira fijamente, exhalando una onomatopeya prácticamente indescifrable: “AAAAAAAAAHHHHHHHH”. La escena era más propia de una película de terror que de un Road Trip, por lo que por tercera vez, se acuerda la necesidad de abandonar el hotel cuanto antes. Esta vez será la definitiva. Mónaco nos espera.
Llegamos al principado, y la primera tarea era encontrar aparcamiento. Tras dar un par de vueltas sin éxito, decidimos dejar al sexto integrante del viaje en un parking de un centro comercial. Ya teníamos todo listo para comenzar a disfrutar del lujo monegasco.
Pero cual fue nuestra sorpresa nada más salir del parking a la superficie del centro comercial, al encontrarnos a un vendedor micrófono en mano y a gritos vendiendo en una especie de mercadillo todo tipo de prendas que tenía apiladas con bastante desorden.
Debido a la ubicación del centro comercial en el que nos encontrábamos, decidimos que la primera parada turística sería el palacio del Principe. Tras subir una empinada cuesta, en breves minutos estábamos disfrutando de una magnífica vista del principado, tal como lo imaginábamos, atestado de yates de lujo.
El hambre empezaba a apremiar, por lo que tras una pequeña vuelta a pie por los tramos más emblemáticos del circuito de F1, como la curva de la Rascasse o la línea de meta, emprendemos la búsqueda de un lugar en el cual comer a un precio que nos permitiera no tener que hipotecar al acompañante alemán. Durante todo este trayecto, como era esperable, no dejamos de cruzarnos con Ferraris, Lamborghinis y coches similares.
Recordamos un restaurante frente al centro comercial en el que habíamos aparcado, el cual parecía alejado del ambiente lujoso del país, por lo que nos acercamos. Tras un breve vistazo a la carta, decidimos que a pesar del esperado, elevado precio de los platos, era un importe razonable para nuestros bolsillos. Pastas y pizzas fue el menú elegido.
Llegaba el momento de volver a por el sexto viajero, para que no llevara a dar una vuelta por el mítico circuito de Fórmula 1. Por tanto, pagamos el parking y… ¡sorpresa! la tarjeta de crédito introducida en el parquímetro es devuelta partida por la mitad. Seguramente no le gustó ver que esa tarjeta contaba con menos 0’s de los que estaba acostumbrado.
Go Pro encendida, y cual Michael Schumacher, o más bien Fernando Alonso (en su etapa McLaren) debido a la baja velocidad a la que el denso tráfico nos permitía circular, comenzamos la vuelta por el circuito.
Primeras curvas y, de repente, sin saber cómo, estamos fuera del circuito. Imaginamos, aunque sin una certeza total, q las normas de circulación impiden circular por ciertos tramos del recorrido. Durante este desvío nos cruzamos con un extraño vehículo amarillo, pilotado por un hombre tumbado en él, prácticamente a ras de suelo.
Rápidamente somos capaces de re-incorporarnos al trazado del circuito de F1, y entonces sí… Recorremos el resto del circuito por sus ya míticas curvas y túneles. Al cruzar la línea de meta, vemos cómo un policía multaba otros vehículos que, estacionados para sacarse fotos, interrumpen el tráfico, con lo que olvidamos nuestra idea de retratar nuestro vehículo en la pole position.
Nos ahorramos el tiempo marcado durante nuestra vuelta, solo desvelaremos que seguramente salgamos en la última línea de la parrilla de salida.
Una vez concluida la vuelta al circuito, llegaba el momento de ir a Niza, destino final de la jornada. El camino elegido fue la Grande Corniche, según opiniones, una de las carreteras panorámicas más célebres del mundo. Suponía un desvío de la autovía, pero las vistas sin duda merecen la pena.
Siguiendo esta ruta llegamos al Plateau Saint Michel, un espectacular mirador, que permite tener una gran vista del cabo Saint -Jean-Cap-Ferrat. La estampa es espectacular, con el cabo plagado de yates, una pena la bruma que nos acompañaba en ese momento.
Finalmente llegamos a nuestro destino, el Hotel Ibis Budget Californie Lenval de Niza. 2 habitaciones con literas en una forma un tanto extraña nos reciben. Suficiente para lo que necesitamos.
El cansancio de un viaje muy intenso se va notando, por lo que aprovechamos para echar una pequeña antes de bajar a la playa situada frente el hotel.
Según van despertando los viajeros van bajando a darse un chapuzón más que merecido, momento que uno de los integrantes del viaje aprovecha para reunirse con un amigo afincado en Niza.
Tras una merecida tarde de playa llega el momento de la cena. El lugar elegido, por sugerencia de la persona conocedora de la ciudad, es un restaurante que ofrece barra libre de mejillones. La oferta suena muy tentadora, por lo que no dudamos en aceptar dicho local.
Después de un breve paseo por el puerto de Niza, admirando lo bien que viven los ricos, llegamos al restaurante L’Escale donde ya nos esperan para cenar. La terraza está llena, por lo que hacemos tiempo tomando una cerveza en el interior del local.
Finalmente llega el momento de la cena. Uno de los comensales, preocupado por un ataque alérgico reciente, opta por cenar carne de buey. El resto de la expedición se anima con la especialidad de la casa, los mejillones. Nos informan que se pueden acompañar con distintos tipos de salsa. Nata, mayonesa, curry, ¡chorizo!, alioli… Estos tipos y más van saliendo de la boca de la camarera ante el entusiasmo del grupo.
Alguien deja caer la bravuconada de que hay que probar todos los tipos. Parece altamente improbable, debido a que cada pedido de mejillones es servido en un cubo de generosas dimensiones.
Pero lo que en un momento parecía descabellado se iba volviendo factible ronda tras ronda. Solo faltaban 2 tipos de salsa y los comensales ya estaban llenos. Pero ¿cómo irnos de allí sin probar todo? Se hizo. A pesar del cachondeo inicial se pidió incluso la salsa de chorizo. Resultó estar deliciosa. Mejillones check! Otro reto absurdo conseguido.
Para rematar la noche, y como viene siendo habitual, buscamos un lugar animado para tomar alguna cerveza. A diferencia de la noche anterior, Niza sí parece tener una gran actividad nocturna, por lo que no resulta difícil encontrar una terraza para tal propósito. Nos acomoda un camarero, que tiene alguna dificultad para limpiar la mesa, ya que parece no alcanzar toda la superficie.
La noche transcurre entre anécdotas de viajes pasados y discusiones acerca de pasaportes alien, los cuales, a pesar de la incredulidad inicial, parecen existir realmente.
Una vez saciada nuestra sed, y con el cierre de la terraza en la cual nos encontramos, llega el momento de volver a casa a descansar.