Amanecía un nuevo día para la comitiva. El desayuno de ese día estaba incluido en el precio del hotel, por lo que los integrantes fueron bajando a la sala habilitado para ello. Realmente nada destacable, a parte de la poca variedad de alimentos que ofrecían, lo cual contrastaba con la alta diversidad de razas que poblaban la sala.
Una vez terminado el desayuno nos dirigimos a por el sexto integrante de la expedición, el calor seguía siendo sofocante, por lo que la sudada al llegar al parking arrastrando las maletas era importante.
El objetivo de la jornada, no era otro que llegar a Génova a una hora decente que nos permitiera tener un día tranquilo de baño en playa. Por tanto en el camino no había planificada ninguna parada intermedia, por lo que el único alto en el camino fue una gasolinera para estirar un poco las piernas, tomar un refrigerio e ir al mundo Haribo.
El trayecto de este día nos permitió pasar por el paralelo 45. Estábamos a medio camino entre el Ecuador y el Polo Norte, motivo más que suficiente para improvisar una pequeña celebración.
Tras un viaje cargado de música de los artistas italianos que habían llegado a España, llegamos a Génova. La primera impresión es que se trataba de una ciudad más bien fea, lo cual nos reafirmó en nuestra idea de aparcar el turismo por un día y disfrutar de un día de relax.
La llegada a nuestro alojamiento, Albergo Caffaro, nos deparó al primer personaje del día. ¡Y qué personaje! El señor Pino. Un italiano de mediana edad, calvo y con cierta tendencia a hablar con voz melosa cerca del cliente, nos explica que al día siguiente nos llevará el desayuno a la habitación. Varios de los viajeros se percataron de que con uno de ellos parecía tener más predisposición a hablar a corta distancia.
Una vez dentro de la habitación se comentaba la jugada, mientras el afectado alegaba, que solamente se trataba de un amable recepcionista. En estas estábamos, cuando dicho personaje irrumpió en la habitación con la única excusa de explicar el funcionamiento de artilugios tan simples como las llaves o el aire acondicionado. Las dudas (o certezas) sobre los gustos de este caballero se iban disparando.
Teníamos que abandonar ese hotel más pronto que tarde, y además había llegado la hora de comer. Hamburguesa Groove fue la elección, ya que era el local mejor valorado de la ciudad. Buenas carnes y hamburguesas, aunque en realidad no era para tanto. Lo más destacable eran los carteles que empapelaban el local explicando cómo comer la hamburguesa en 10 mordiscos. Evidentemente nadie hizo caso.
Tras una pequeña vuelta por la ciudad y conocer al tren Pippo, volvemos al hotel con la idea de coger las toallas, bañadores e ir a una playa cercana.
A nuestra llegada nos recibe el mismo amable recepcionista, con muchas ganas de explicarle a su víctima predilecta el turismo en Génova. Se excusa diciendo que la idea es ir a la playa y no turistear por Génova. Nuestro protagonista no ceja en el empeño de agradar a sus huéspedes, y recomienda la playa de Camogli, en lugar de la que estaba en el planning inicial.
Después de una consulta con Míster Google, comprobamos que la playa recomendada tenía bastante buena pinta, por lo que emprendemos el camino con cierto recelo. Había quien aseguraba que era un trampa, y al llegar aparecería el Señor Pino en turbo pilila.
Finalmente, tras las dudas iniciales, acentuadas por la necesidad de tener que cambiarnos en un parking descubierto a la vista de los viandantes (la gran mayoría del género masculino), las dudas parecieron ser infundadas y pudimos disfrutar de un buen día de playa, cervezas y un relax más que merecido.
De vuelta al hotel comprobamos con cierto alivio que el recepcionista del hotel había cumplido su turno y había sido relevado por un compañero.
Entramos en las habitaciones y… ¿qué es este olor? Las cañerías del hotel, bastante viejo, parecen no funcionar muy bien, dejando restos de los orines de los vecinos de arriba en nuestro váter. Por segunda vez en un día decidimos que hay que abandonar rápido este hotel, por lo que en pocos minutos estamos camino de un restaurante para cenar.
La tarea no resultó tan sencilla como pudiera parecer, ya que la gran mayoría de los locales de la ciudad están cerrados a esa hora. Finalmente encontramos un restaurante italiano (regentado por asiáticos) que ofrece 24h de cocina. ¡Este es nuestro sitio! Nos sentamos pidiendo una pizza para compartir y un plato de pasta por cabeza. La pizza llega muy rápida, así como 3 de los platos de pasta, pero los otros 2 parecen demorarse más de la cuenta. Finalmente tras el descontento de los hambrientos comensales nos explican que ha habido un error en la cocina, por lo que cuando llegan sus platos los otros 3 compañeros ya habían devorado sus platos.
Como suele ser habitual a estas horas, los viajeros empiezan a notar sed, y a pesar del ambiente prácticamente inexistente en la ciudad, a pocos metros del restaurante encuentran una terraza donde tomar un par de copas.
Cuando los ánimos parecen comenzar a levantarse, nos informan que esta terraza también va a cerrar. Camino al hotel buscamos algún otro lugar donde tomar la última, sin ningún éxito. Al menos este paseo sirve para ver algunos de los lugares más turísticos de la ciudad.
Sin tener más opción marchamos a dormir, dando por concluida otra jornada más.