La ausencia total de ambiente nocturno en Bled nos permitió marchar pronto a la cama el día anterior, y (pese al calor) todos los viajeros tuvimos un descanso prolongado y fructífero. Madrugamos bastante, pues la agenda del día volvía a ser apretada. Objetivos: Garganta del río Vintgar (próximo a Bled) y unos 300km para llegar a Venecia y visitarla.
El hotel incluía desayuno buffet. Pese a la copiosa cena que habíamos tomado unas horas antes, nos pusimos manos a la obra. La oferta incluía bollería, tostadas, fruta, cereales, yogures… y sebo. Quién más y quién menos se preparó un buen plato con huevos, salchichas, bacon y triglicéridos de todo tipo. Otra vez petados. Pero satisfechos. El episodio elevó la nota media del hotel ‘Krim’ a un “bien”, pese al comentado áspero trato de los recepcionistas y a unas instalaciones un tanto antiguas en general.
Cargamos a nuestro socio alemán y salimos hacia la garganta del río Vintgar, a solo unos 5km de donde nos encontrábamos. Pese a lo que creíamos una hora temprana (9:00 aprox), la carretera ya presentaba bastante tráfico. Los aparcamientos próximos a la zona empezaban a estar llenos. Pudimos aparcar a unos 5 minutos andando de la entrada, no sin antes deleitarnos con algunos instantes de confusión y caos provocados por conductores con poca habilidad o experiencia (también conocidos como tullidos). Derrapes, nervios, gritos… en Eslovenia también hay “Dominguers”.El acceso son 4 euros por cabeza pero merece la pena. Se trata de un recorrido (una hora ida y vuelta, aprox) sobre la garganta del río, a través de distintas plataformas ancladas a las paredes. El paisaje es bonito y se puede disfrutar de los sonidos y del frescor del aire, con agua en suspensión. El paseo termina en una cascada grande, probablemente más espectacular en épocas del año en que el río traiga más agua. La pega, de nuevo, la gran cantidad de gente (incluyendo un buen número de españoles, alguno sorprendido por la publicidad de “Don Ibérico” en nuestras camisetas). En ocasiones había que formar colas para aquellas pasarelas en las que únicamente hay espacio para una persona.
Terminada la visita nos subimos de nuevo al coche, con objeto de llegar a Venecia lo antes posible. El viaje, un tordo: calor, atascos y soberano aburrimiento. Nos inventamos un juego consistente en identificar (por su abreviatura) el país de origen de los innumerables camiones que íbamos adelantando. Al principio era un reto divertidísimo y competitivo, pero a los pocos minutos parecíamos robots recitando nombres de países con voz monótona. Para combatir el sopor hubo que tirar de nuevo de alguna de nuestras letras adaptadas para cantar a voces (1). Decidimos comer en un centro comercial antes de entrar en Venecia, para despejar la agenda de la tarde. KFC rápido y a otra cosa.
Existe un parking que permite aparcar en la misma isla, junto a la estación de Santa Lucia. Nuestro hotel estaba prácticamente al lado de la estación, por lo que era la mejor opción. Nos despedimos del coche hasta el día siguiente y nos dirigimos al hotel. El calor (potenciado por la exagerada humedad) era horrible, por lo que al hacer check in y descubrir que las habitaciones gozaban de aire acondicionado, decidimos darnos un tiempo de relax que cada viajero empleó como quiso.
Y salimos a patear Venecia. Al poco de iniciar nuestro recorrido tuvimos la suerte de presenciar el rodaje de una escena de la película “El prusés veneciano” (2), protagonizada por el prometedor y talentoso actor Antonio de’lla Vengue (3).
Algunos de los viajeros ya conocían la ciudad, por lo que el paseo sería fugaz y dirigido a los puntos clave: Gran canal, puente Rialto, Plaza y Basílica de San Marcos, palacio Ducal… y poco más. Lo cierto es que el mayor encanto de Venecia está en pasear sin rumbo y desorientarse entre callejones y canales. Hay que mencionar una vez más el calor, verdaderamente sofocante, que nos obligó a diversos pit stops buscando cerveza y aire acondicionado… por supuesto a precio de oro. Ya de noche y de vuelta hacia el hotel, sorprendentemente encontramos un local que prometía pasta y birra por 9 euros, y nos sentamos a cenar en la terraza. La calidad no fue brillante, pero tampoco estuvo mal. Al terminar, cansados y cubiertos de sales minerales, nos fuimos a la cama.
(1) En este caso “Go West”, de Pet Shop Boys. La letra adaptada dice “Ojal, chúpame el ojal”. Prueben a cantarlo al máximo volumen posible. Muy terapéutico.
(2) No sabemos el título de la película. Había vampiros o algo así.
(3) Nombre inventado