Tirando Millas

Parte 7: Dubrovnik -Mostar – Split (Viernes, 28/07/2017)

Tras otro excelente concierto de motosierra nocturno, despertamos en la mañana del viernes en Dubrovnik.
Dos de los integrantes del grupo salieron en busca del desayuno. Zumos y croisants, aparte de unos cafés para llevar, en los dos únicos locales abiertos a las 8 de la mañana en Drubrovnik, completaron la comida más importante del día, que fue tomada en la terraza del apartamento mientras observábamos como los comerciantes empezaban a montar sus terrazas para el largo día turístico.

Tras el desayuno, pusimos rumbo a la entrada de la muralla. Un paseo imprescindible en la visita, dando la vuelta completa por el borde del mar, y dejando ver desde una posición elevada todo lo que ofrece esta preciosa ciudad. Además este paseo fue amenizado por una canción que improvisadamente dedicamos al alcalde de la ciudad, la gente que nos cruzábamos a nuestro paso parecía no dar crédito.

No podíamos entretenernos demasiado, puesto que el día de hoy se tornaba a priori complicado en cuanto a conducción se refiere. Pero antes decidimos desviarnos ligeramente de la ruta para subir a un mirador en la parte alta de la montaña cercana a Dubrovnik, desde el cual las fotos quedaban impresionantes, y pudimos incluso hacerle alguna a nuestro mecánico compañero.

Salimos entonces dirección Mostar, en Bosnia, nuestra siguiente parada. La casera, el día anterior, nos recomendó salir de Croacia dirección Split, atravesar la breve franja de terreno bosnio que da contacto al territorio con el mar, y volver a entrar en Croacia, para entonces dirigirse al este y entrar directamente en Bosnia y llegar a Mostar. Todo ello porque las carreteras eran mejores, aunque nos advirtió de la frecuente cola que se formaba en la frontera de Bosnia a Croacia.
Respetar el plan de la señora casera era la idea inicial, pero una vez salimos de Croacia, nos vino a la cabeza la terrible entrada al país del día anterior, y no queríamos volver a pasar por ello, luego emprendimos un atrevido viaje a través de la lengua de terreno bosnio camino del centro del país. Era peculiar ver como en el trayecto nos encontrábamos con las señales con indicadores en dos alfabetos: el cirílico, tachado con pinturas, y el latino.

Al poco tiempo de adentrarnos en el interior, fuimos bajando paulatinamente la calidad de la carretera, hasta acabar circulando por un infernal camino de cabras tristemente asfaltado, con el correspondiente temor a quedarnos tirados en no se sabe aún qué punto de la geografía balcánica. Para colmo, tuvimos un compañero de viaje suizo (¿un vehículo suizo y otro español en una carretera de montaña Bosnia?) delante de nosotros, que hacía honor a las cabras del camino circulando a la misma velocidad, y que durante mucho tiempo fue marcando el ritmo sin hacer amago de apartarse en ningún momento. Como es obvio, fue objeto de numerosas llamadas de atención, críticas y reprimendas con lenguaje no muy correcto por parte de los viajeros de nuestro automóvil.

Tras un sorprendentemente satisfactorio trayecto, llegamos a la población de Mostar. Esta ciudad fue objeto de la visita de las tropas españolas de ayuda humanitaria durante la guerra de Yugoslavia.
Esto es importante, puesto que pronto comprendimos que los españoles estamos muy bien valorados en ese país.

Nada más aparcar buscamos un sitio para comer. Encontramos uno que, para sorpresa, tenía su terraza en la parte cercana al río, y con vistas al famoso puente de Mostar, reconstruido por las tropas españolas destinadas aquí, y en el cual había unos atrevidos (o chiflados) saltadores que se tiraban de cabeza al río desde su parte más alta.

La comida fue a base de “Ćevapi” (apodados sagazmente “pituelos”), un plato típico de la zona, consistente en pequeñas salchichas o choricillos de carne picada a la parrilla. Estaba realmente rico.
El camarero, y dueño del negocio, nos contó que conocía personalmente al rey emérito de nuestro país, puesto que al ir de visita a la ciudad a inaugurar la plaza de España y el monumento a los soldados españoles caídos en la guerra allí, le estrechó amigablemente la mano. Como decíamos, nos tenían en muy buena consideración.

Tras un paseo por el puente y la zona colindante, que tenía infinitos puestos de regalos, decidimos emprender la marcha de vuelta a Croacia, no sin antes pasar por la plaza de España anteriormente mencionada, y visitar el monumento.

Llamaba especialmente la atención la cantidad de edificios que no han sido reparados, y estaban repletos de agujeros tanto de bala como de bombardeos, que ayudaban a hacerse una idea de las consecuencias que tuvo la guerra en esa ciudad.

La vuelta fue plácida en comparación a la ida. Tras una breve travesía por carretera, enlazamos justo antes de la frontera con la autovía recién construida de Croacia, y para asombro de los viajeros, no existía ningún tipo de cola para pasar la aduana, la cual fue preocupantemente permisiva en cuanto a revisión de documentación, teniendo en cuenta que estábamos en la UE (Aunque Croacia no sea espacio Schengen)

A nuestra llegada a Split, fuimos a la localización que nos explicó nuestro casero hacía dos días, puesto que el hotel original estaba lleno por overbooking y nos derivó a uno de mejores prestaciones e igual situación: El hotel President.
Al llegar, entramos al hotel preguntando por nuestra reserva. No tenían constancia, de modo que decidimos esperar a nuestro contacto en el exterior. Al poco tiempo apareció, pero no era el President el lugar que nos tenía reservado, si no el edificio de al lado. Se atisbaba como un negocio hostelero tiempo atrás, que ahora se entraba por la puerta trasera, pero con un aspecto dantesco. Era algo que podría definirse como alberge juvenil, pero en un estado de semiabandono. Para colmo, nuestra “lujosa” habitación se componía de 6 literas en un estado deplorable, mientras que la reserva original eran dos habitaciones, una doble y una triple con baño privado. Aquí el baño era comunitario.

El personaje en cuestión era un despreciable ser, y un timador de cuidado. Se escudaba en que su madre, supuesta gestora del imperio hotelero familiar, se había liado con las reservas. Dudamos que exista tal madre encargada. El hombre estaba empeñado en vendernos el lugar como un sitio magnífico en el que comprar bebida e ir allí a beber como animales, como si no hubiera fisuras en el plan. Nos enseñó la estancia con un ánimo propio de un estafador profesional, sabiendo que jugaba con la baza de que el 28 de julio en Split a las 7 de la tarde no íbamos a encontrar ningún sitio para pasar la noche que no fuera el propio vehículo.
También insistía que en el “hotel” solamente había dos chicas en la habitación, mientras que en el rato que estuvimos allí vimos pasar a por lo menos tres chicos distintos en dirección al baño. Un despropósito.
Tras una contundente protesta, el hombre nos preguntaba “qué podía hacer para hacernos felices” (???). Finalmente no tuvimos más que aceptar nuestra desventura, y exigir un potente descuento por semejante estafa.

Por fin se marchó el fulano, y tras el desánimo inicial, un componente del grupo, no sabemos si llevado por la ira o por la desesperación, sentenció “esto sólo hay una forma de arreglarlo”. Se atavió de su controvertida camisa hawaiana, y despertó en el resto un ánimo hasta el momento oculto, que hacía presagiar que esa misma noche se nos presentaría el mismísimo Río Ferdinand en persona (1).

Bajamos andando al centro (el hotel original ESTABA en el centro), y tras un breve paseo, terminamos en la terraza de un recogido garito, que compartía patio con un “elitista” bar que tenía todas las mesas de la terraza reservadas. No había nadie, pero se podía prever que se llenaría más tarde.

Nos atendió un coletudo que fue bautizado como Fu Man Chu, que nos surtió de cerveza de manera continua toda la noche, hasta que acabamos las Ožujsko (nuestra fiel compañera de viaje) y nos empezó a traer otra marca: Staropramen, una cerveza checa. Estaba rica igual, poco nos importó.

La noche avanzó como todos sabíamos, la cerveza hizo el efecto deseado y poco a poco olvidamos la ira y el enfado hacia el personaje objeto de nuestra furia.
¿El problema? En estos países los bares corrientes cierran a la 1 am, luego no quedaba otra alternativa que entrar a una discoteca. Los ya bautizados cameros hicieron honor a su título y abandonaron la aventura, mientras que los otros 3 se adentraron en la discoteca “Central”.

El sitio era algo espectacular (casi tanto como sus hirientes precios). Esta gente sabía cómo sacar los euros a los turistas con mucha clase. La discoteca estaba muy bien, y los personajes que la completaban eran de lo más variopinto. Entre ellos destacó un tipo. Un español que nos usó de apoyo para ligar con unas croatas. Acabó contándonos que era español (pero vivía en Miami…) y que conocía a Julio Iglesias (fue apodado así). Era un hombre alto, con la camisa blanca abierta, y un excelente y cuidado bronceado. Podría ser fácilmente uno de sus infinitos hijos.
Tras reconocernos que conocía a Julio Iglesias, sacó su teléfono, y nos agolpamos en torno a él para ver la fotografía que lo corroborara. En realidad se limitó a enseñarnos fotos de frases motivacionales chistosas, típicas de humor de powerpoint para sexagenarios. Ahí entendimos que ni conocía a Julio Iglesias, ni por supuesto se merecía nuestro respeto.

El resto de la noche transcurrió con normalidad, a excepción de una performance sublime durante la canción Titanium de David Guetta, que nos costó una rápida y airada reprimenda de una señora que vio trastornado el disfrute de su bebida.
Tras salir del local, buscamos incesantemente un establecimiento que vendiera algo que comer. Pero parecía una ciudad volcada en dormir, y no encontramos nada, así que pusimos rumbo al infernal alojamiento que teníamos.

(1) Físicamente no, contextualmente sí.

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