Despertamos en nuestro muy buen apartamento y, mientras nos vamos levantando, un individuo incluso decide dar la vuelta por la pequeña fortaleza de la ciudad mientras que todo el mundo se duchaba. Hubo un momento de pánico cuando el agua se cortó con aún un integrante del grupo en la ducha. Había que dejar el apartamento a las 10:00 y eran las 10:05… ¿se podía ser tan ruin? No dábamos crédito. Salimos como pudimos del paso, y una vez recogidas las cosas y hechas las maletas, decidimos que era buena idea llevarlas al coche para ir después a desayunar.
Elegimos un lugar a las afueras de la fortaleza llamado Mamma Mia para desayunar: agua, un bollo y un café con leche. Nuestras aún poco espabiladas mentes llegaron a un momento de colapso al ver que los cafés no salían. Estaban servidos tras la barra, pero no nos los entregaban. Los dependientes hablaban nerviosamente entre ellos y, por supuesto, no era en inglés. Surgieron varias teorías, entre ellas, que se habían enfadado porque habíamos cogido directamente el agua o que directamente estaban locos.
Hablando al final con el más joven entre las pocas palabras que nos decían se entendían “sorry”, “dirty” y “water”. ¿El café era de agua sucia? ¿Qué estaba pasando? Pues bien, ahí nos enteramos que se había ido el agua en la ciudad (vale, eso explica lo de la ducha, el casero no era tan ruin), pero nos surgía un nuevo problema: los cafés. Finalmente nos los sirvieron. Pensábamos que estaban esperando a ver si había agua para el vaso de agua con el que suelen acompañar a los cafés, y que no lo servían porque el agua estaba sucia al haberse cortado en la ciudad. Pero la barrera idiomática hizo desconfiar a algunos, que no querían beber el café bajo ningún concepto. De hecho, la situación de uno de los miembros de la comitiva era bastante preocupante como para forzar. Durante esta disyuntiva, uno se acercó al centro comercial en búsqueda de agua para el viaje que nos esperaba. Finalmente y tras acabar con casi todos los cafés abandonamos el local en búsqueda de algún recuerdo de Kotor en forma de taza o imán.
De vuelta al coche y al viaje. La salida de Kotor nos ofrecía carreteras a lo largo de las bocas de Kotor, que son enormes bahías que daban directamente al Adriático. Durante el viaje vimos paisajes espectaculares, en el que incluso decidimos parar para hacer alguna instantánea.
Tras bordear por completo las dos bahías había que tomar rumbo al interior y tras algún error en el desvío, conseguimos llegar a la frontera con Croacia. Un ratillo y poco interés en la aduana y conseguimos dejar Montenegro. Pero faltaba entrar en Croacia y eso ya era otra cosa…. La cola nos pilló a unos 800 metros de la entrada en la Unión Europea y no avanzaba. La espera con el calor propio de un mediodía de verano se componía de colas eternas, gente colándose y poniendo nervioso a otros conductores de todas las nacionalidades, rutas a pie a ver cuántos coches había, incluso alguna foto con el cartel de entrada a Croacia. Al final tras 3 horas de cola conseguimos pasar la aduana con la sensación de que habíamos roto el planning y peligraba el día siguiente.
Tras un rato más de viaje, antes de llegar a Dubrovnik, a eso de las 17:00, decidimos que no podíamos esperar más. Había que comer, y fue en un centro comercial. Lo suficiente
Al llegar a Dubrovnik decidimos dejar el mirador para el día siguiente, ya que se nos estaba yendo el día. Una vez en la ciudad decidimos aparcar a la puerta de la fortaleza. Había mucho coche para encontrar aparcamiento y había que cargar con las maletas, lo que nos sorprendió fue el parking. Por el módico precio de 5€ la hora podías dejar el vehículo estacionado ahí.
Nos dirigimos a nuestro alojamiento, el Apartment Dona Vesna, mientras íbamos comprobando la belleza de la ciudad nada más entrar por sus puertas. El suelo estaba inmaculado y todo muy bien cuidado.
Ya en el apartamento, nos recibieron tres generaciones e hicimos un particular check in con madre, hija y nieta. Nos explicaron qué ver por la ciudad e incluso un planning para las fronteras calientes del día siguiente. Todo acabó con todos bebiendo un chupito de un licor hecho por la madre y el sorteo minucioso de las camas disponibles. Al menos esta vez había dos baños. Por cierto, muy bueno el apartamento, una pena sólo estar esa noche.
Había que volver al parking, habíamos metido para una hora porque eso era excesivo, pero tras explicarnos nuestra casera que en la puerta principal eran 10€ la hora en lugar de 5€, y que parking gratuito cerca, no había decidimos recargar para que aguantara hasta el día siguiente. Durante este momento descubrimos una particular indumentaria en el parking: había un niño con una camiseta que parecía ir desnudo, aunque algunos afirmaban que debajo de la camiseta llevaba un bañador.
Con los deberes cumplidos decidimos ir a dar una vuelta por la ciudad. Lo primero que encaramos fue la calle principal, y tiramos dirección hacia la otra puerta. Antes se encontraba una fuente
Encarando las escaleras que separaban la fortaleza del exterior de Dubrovnik a través de la puerta, descubrimos la gran cantidad de gente que había.
Al volver por la calle principal, y debido a que estaba anocheciendo, nos encontramos con que se encendían las luces en la ciudad. Esto nos otorgó un excelente contraste con la visión que teníamos de antes.
A través de las calles de la ciudad nos dirigimos, previo paso por varios palacios, iglesias y la catedral, hacia el puerto a realizar alguna foto más.
Antes de acabar con nuestra ruta, dimos una vuelta por las calles que parecían menos turísticas, al menos por el volumen de transeúntes. En este tiempo las divagaciones de la gran conservación de la ciudad nos hicieron pensar que la gran popularidad que se ha creado sobre ella ha llevado a encarecer todo de forma desorbitada. Nos imaginamos al alcalde (no sé, llamémoslo Davor), riendo con brazos cruzados y risa siniestra cada vez que alguien aparcaba en la ciudad. Todo ello con sus 80 cubos de pollo frito. Al fin y al cabo era una recompensa al trabajo realizado en la ciudad. El resultado era magnífico.
Tras la visita, finalmente nos tomamos unas cervezas debajo de nuestra residencia en el Buzz Bar, mientras algún integrante del grupo atendía otras necesidades. El bar tenía en las paredes, como decoración, peculiares frases sobre el alcohol.
Una vez reagrupados decidimos ir a cenar. Tras barajar opciones optamos por un local llamado Wanda que se encontraba en la misma calle. La elección fue una división principalmente entre risottos y mejillones.
Tras esta cena, tres se dedicaron a ir a hacer más fotos por la ciudad mientras que otros dos decidieron que el día ya había acabado y volvieron al apartamento.
La vuelta nocturna estuvo marcada por el cansancio y la desmotivación de la entrada en el país. La ciudad, francamente bonita por la noche, merecía la pena recorrerla en esas condiciones. La idea era hacer fotos de sus calles en torno a la 1 de la madrugada, cuando hubiera menos gente. Error, en esa ciudad no deja de haber gente nunca en la calle. Un ambiente nocturno magnífico y la presencia de numerosos bares nos hizo prometer que regresaríamos a aprovechar ese aspecto de la ciudad.
Derrengados, y pensando en el pesado viaje del día siguiente al pasar por fronteras calientes (finalmente no fue para tanto), volvimos al apartamento.