Tirando Millas

Parte 0: Camino al Ferry de Barcelona (21/07/2017)

Se acercaba un nuevo viaje, y como todo viaje, tuvo un punto de inicio: Coldplay iba a Frankfurt y había gente del grupo que iba a ese concierto. Era una buena ocasión para unirse a los aficionados al grupo británico y conocer la zona. Está claro que el vehículo iba a estar de por medio para tirar unas cuantas millas, pero ¿y por qué no desde España? ¿Y por qué no con coche propio? ¿Y por qué no…?

Poco a poco el itinerario fue variando y dio una vuelta más en el momento en el que no podía coincidir en fechas con el concierto debido a disponibilidad de alguno de los integrantes del viaje. Ese fue el mayor detonante para revisar y barajar alternativas…. Finalmente se estableció la idea de llegar a Dubrovnik. Incluso, a lo que iba a ser un viaje de 4 humanos y una máquina, se añadió un pasajero más a última hora.

Una parte importante de nuestro viaje era el vehículo. La confianza era máxima, como la que se le aplica a todo buen alemán. El coche se encontraba en perfecto estado a pesar del gran kilometraje que había acumulado a lo largo de su actividad.

Aun así, uno de los inconvenientes que llegó a nuestros oídos fue el sistema de aire acondicionado ya que no iba todo lo fino que debía. El plan de ir sin algo tan vital en pleno verano era realmente preocupante. La alternativa que se llegó a plantear eran chalecos de hielo. Aun así, a lo largo de varias semanas y tras múltiples amenazas y videos redondos de todas las formas y colores, la incidencia se solventó con unos resultados extremadamente satisfactorios.

Construyendo el planning del viaje con un par de ferris lo teníamos hecho. Uno de ellos, era desde la península itálica directo a Dubrovnik, pero el destino quiso que eso no fuera así… había que desviarse a Albania: nos íbamos a Durrës.

Llegado a este punto cabe advertir que esta es una historia verídica. Los eventos retratados en los siguientes relatos tuvieron lugar en Europa en 2017. A petición de los sobrevivientes, los nombres han sido cambiados. Por respeto a los fallecidos, el resto ha sido contado exactamente como ocurrió.

Días antes del inicio del viaje, decidimos hacer una prueba de convivencia y bienestar en el inteior del vehículo. Queríamos estar seguros de que los cinco integrantes de diferentes tamaños y medidas, podíamos encajar y soportar dentro del coche las horas y kilómetros que teníamos por delante. La prueba fue satisfactoria. Cierto es que no teníamos alternativa en caso de que no lo fuera, pero es mejor saber a que te ibas a enfrentar.

Llegó el día de la salida. Dos de los miembros de esta nueva aventura partían desde Salamanca para recoger al resto, así que a eso de las 11 y cuarto, con algo de retraso y con una agenda apurada para el día, se inició la marcha. El trayecto hasta Madrid era propicio para recuperar tiempo y conseguir cumplir los horarios. Tras recoger en Madrid al resto del equipo había que tirar unos cuantos kilómetros para dejar atrás la salida de la capital cuanto antes,  ya que la hora punta del viernes a mediodía se cernía sobre nosotros.

Para amenizar el trayecto llevábamos un reproductor por Bluetooth basado en radiofrecuencias. En funcionamiento es simple, buscas una frecuencia en la radio FM que esté libre y envías contenido desde el movil para que lo reproduzca la radio del coche por dicha frecuencia. El problema es que en Madrid, no hay muchas frecuencias libres y el funcionamiento del sistema no era el óptimo. Tras unas cuantas millas, con Madrid lo suficientemente lejos, era el momento de comer algo por lo que decidimos parar en el Burger de un centro comercial de Guadalajara que, de hecho, parecía más grande incluso que la propia ciudad.

El camino hasta Barcelona no tuvo mucha historia: temazos random, a cada cual mejor que el anterior, elección unánime de Garfunkel como mejor apellido de la historia, debates sobre temas de rigurosa actualidad y gritos desbordados de alegría ante la pasada de la comitiva por el Meridiano cero o la parada a repostar gasolina con las primeras fotos oficiales del vehículo en el viaje (con un discutible golazo por el escudo del Joventut). Pero antes de la llegada había que pasar por un mal trago: el peaje. Se solventó con algún improperio al prusés. Poca cosa.

En la llegada a Barcelona nos dirigimos al puerto a ver qué tramitaciones había que hacer de cara a subirnos al ferry con destino Roma. Allí nos informaron de lo que había que hacer y vimos que aún teníamos un rato antes de embarcar, por supuesto, ya notando los efectos de la humedad agravada con el calor. Aprovechamos de esta forma para acercarnos a Barcelona, echar unas fotos a Colón (apuntando a Durrës, por supuesto), cenar en la terraza del Pans & Company del Maremagnun y comprar agua para el trayecto en Ferry. Lamentablemente no teníamos más tiempo para atender a conocidos de la ciudad condal. Una pena.

Emprendimos dirección al puerto, previa liada espectacular en una rotonda que nos desvió bastante de esa dirección. La fortuna hizo que en este desvío conociéramos a Oriol y a Pascual. Buenos tipos, pero un poco intransigentes con el turno de palabra. Una vez allí había que embarcar y nos tocó abandonar al conductor junto al vehículo, ya que las reglas así lo indicaban.

El resto subió al ferry. Se trataba de un Grimaldi con dirección a Civitavecchia (Roma), previa parada en Cerdeña, y duraría alrededor de 20 horas. La dirección tomada fue a los dos camarotes que teníamos asignados: muy mejorables. Teníamos uno para cuatro personas y otro camarote para el otro de nuestros integrantes y tres potenciales usuarios desconocidos. Curiosamente hubo un problema con este segundo, ya que no funcionaba la tarjeta magnética. Tras dejar las cosas en el primer camarote, fuimos a inspeccionar el resto del barco. Ante nuestro asombro descubrimos que había mucha gente que viajaba sin reserva de compartimentos. El barco tenía su discoteca, varios bares, una piscina vacía en cubierta, una zona VIP para los camioneros… pero en general daba la sensación de estar bastante viejo, lo cual nos hizo especular acerca de cuál sería el estado del siguiente Ferry, que nos llevaría de Bari a Albania.

Una vez concluida la larga espera para cargar todos los coches, camiones y remolques, el conductor se reincorporó al grupo y el Ferry se puso en marcha, cerca de las 1 de la madrugada y con alrededor de una hora de retraso. En ese momento fue cuando solventaron el problema con la tarjeta magnética.

Tras un par de cañas marca Peroni en la cubierta principal al prohibitivo precio de 3,5€ y un rato viendo por la borda cómo nos alejábamos de la costa, decidimos que era el momento de dormir. El viaje había comenzado.

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