Tirando Millas

Operación Northern Lights – Parte 5 (06/03/2017)

Poco a poco los miembros del grupo se fueron despertando. Unos antes y otros, los más trasnochadores, algo más tarde. Los últimos aventureros de la noche pasada contaban ensimismados el espectáculo que habían contemplado mientras otros dormían. ¿Serían estas las últimas auroras que se verían en el viaje?

Tras el desayuno habitual y algún descenso en trineo para no perder las buenas costumbres matutinas noruegas, nos equipamos con nuestros ropajes, guardamos los trineos y palas en el maletero por lo que pudiera pasar y nos encaminamos a nuestra excursión del día: la isla de Sommaroy y un nuevo tour por fiordos. Era nuestro último día Noruego y había que aprovecharlo.

Sommaroy es una pequeña isla situada al oeste de Tromso y por la que teníamos que acceder a través de un curioso puente, el puente Sommaroy. La imagen que formaba el puente con el paisaje de fondo y la isla nos obligó a detenernos antes de cruzar para realizar todas las instantáneas que pudiéramos.

Y, como no podía ser de otra forma, se realizó el periscAge oportuno según cruzábamos el puente, aún con el riesgo de congelación que supone sostener la cámara por encima del vehículo a esas gélidas temperaturas.

Una vez en la isla y tras una breve inspección por la misma; nos encaminamos al sitio que habíamos elegido para comer. Aunque elegir es una palabra que no se adecua a la realidad; era el único sitio de la isla dónde podíamos comer.

El sitio en cuestión era Anne-Grete Jensen Havfrua Kro: una pintoresca cabaña situada casi en la entrada de la isla y, por supuesto, rodeada de nieve. Dentro no teníamos mucha alternativa así que optamos por las hamburguesas de “salomon” (la curiosa pronunciación de la nativa) y otros eligieron costillas, por cambiar un poco. Todo esto aderezado con refrescos y agua. No fallamos en nuestra comida, para algo este era el restaurante número 1 en Tripadvisor de 1 restaurante en Sommaroy.

Con el estómago lleno, y por lo tanto más contentos, nos dirigimos a explorar la isla. Aparcamos los coches donde vimos que empezaba un camino que nos llevaría hasta un lugar privilegiado de la isla. Desde este sitio se podía contemplar la isla y había unas vistas de los fiordos con el faro de fondo. Sitio ideal para más fotografías para nuestro álbum del viaje que iba creciendo a pasos agigantados.

Lo primero que encontramos en nuestra excursión fue un sendero suficientemente ancho y con suficiente pendiente para organizar, claro que sí, unos descensos de trineos. De todas las formas posibles y por todas las vertientes que íbamos encontrando se produjeron descensos con mayor y menor éxito.

Continuamos nuestra ruta buscando nuevos puntos para efectuar descensos, y parando cada pocos metros para disfrutar de este apasionante deporte de invierno. Una vez llegamos al fin del camino nos deleitamos con las vistas y realizamos cuantas fotografías pudimos, el sitio merecía la pena. Incluso alguno aprovechó para hacerse un selfie.

Nuestra vuelta al coche no fue menos apasionante. Encontramos una ladera con una pendiente bastante pronunciada que parecía apta para nuestros descensos. El problema radicaba en que era territorio inexplorado, nieve virgen sin pisar, y necesitábamos abrir camino para poder efectuar nuestros descensos. Un valiente miembro del grupo iba abriendo camino para allanar el descenso a los restantes aventureros. Saltos, descensos, algún descalabro inesperado… un buen rato de diversión en la nieve.

Cuando decidimos continuar nuestro camino alguien decidió que era buena idea caminar por la nieve virgen que iba paralela al sendero. Un sendero pisado, allanado para poder caminar por él; a su lado nieve virgen sin pisar y sin conocer la profundidad que tenía. Por supuesto el sitio idóneo para caminar.

Contra todo pronóstico, no lo era. Tras un breve susto, nuestro compañero se empezó a hundir, primero hasta la cintura (risas de los demás), luego se consiguió agarrar como pudo para no hundirse del todo (más risas, y por fin alguien que se acerca a ayudar)… Al final, más mal que bien, consiguió salir reptando de esta trampa blanca. El resto del camino lo hizo caminando por el sendero.

Una vez en el coche (tras algún que otro descenso más en trineo) y tras las fotos de rigor con la elástica y sudaderas de Don Ibérico, decidimos emprender nuestro camino de vuelta por los fiordos en dirección hacia el supermercado para comprar los víveres para nuestra última noche.

La vuelta transcurrió por unos paisajes impresionantes a través de carreteras nevadas. Por ellotuvimos que parar más de una vez a realizar fotografías, incluso con las máscaras de animales.

Emprendimos la ruta de vuelta, que además nos llevaba de nuevo hasta nuestro supermercado de referencia. Decidimos, para esta última noche, probar la carne de ballena que vendían ultra congelada y unas salchichas, picantes y normales. Con los víveres comprados regresamos a nuestro hogar noruego.

Allí recibimos la visita de la hija de la dueña para, en un inglés cuestionable, preguntarnos por nuestra hora de salida al día siguiente y darnos algunas indicaciones para nuestra partida.

Mientras recogíamos cosas descubrimos un terrible suceso; alguien había decidido que el cuarto de la caldera era el lugar idóneo para almacenar la basura (que por supuesto incluía restos sólidos de comida). El calor y la basura, como es comprensible, no era una buena combinación. Más aún cuando el contenedor se encontraba al final del camino que conectaba nuestras cabañas con la restante.

Tras este descubrimiento y a la par que se “solucionaba”, otro grupo había estado trabajando en encender la barbacoa para cocinar la ballena y salchichas.

Una vez hecho, decidimos tomar la cena en nuestra cabaña. Decir que la ballena no era el manjar que esperábamos, con un cierto toque a hígado, ya que viene envuelta en su propia sangre. A muchos no les gustó su sabor. Las salchichas, como siempre, triunfaron. Y eso que algunas picaban bastante.

Teníamos nuestras máscaras, teníamos una cabaña de madera, teníamos tiempo… pues hagamos un Mannequin Challenge. Con las instrucciones a cada miembro de la manada para que se colocaran en posiciones inverosímiles a la par que graciosas empezamos el rodaje. A nuestro favor, sólo se necesitaron 2-3 tomas para conseguir un resultado óptimo. En nuestra contra, bueno, juzguen ustedes.

Quedaban copas: quedaba noche. Con nuestro instinto de aurora hunters activado por si acaso, nos dedicamos a aligerar peso para la vuelta y no tener que transportar bebidas. Con pocas expectativas nos asomábamos, copa en mano, a la ventana por si acaso hubiera some actitivy. Y vaya que la hubo, la noche noruega nos deleitó de nuevo con un espectáculo impresionante.

La noche tocaba a su fin. Y nuestra estancia en este gélido, blanco y precioso país. Nos fuimos yendo a acostar con la imagen imborrable del espectáculo natural que habíamos contemplado a lo largo de estos últimos días.

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