Tirando Millas

Operación Northern Lights – Parte 4 (05/03/2017)

 Amaneció soleado. Y tarde para muchos integrantes de la expedición ártica.

Mientras la gente iba poco a poco desperezándose, desayunando y lavándose, conseguimos convencer a uno de los integrantes de que abandonar la ruta del día no era una buena idea. Y no lo era porque iba a ser una gran excursión y por falta de logística a la hora de volver a por él. El plan era dejar las cabañas, emprender ruta y volver por la noche.

En el momento de coger los coches, para sorpresa de todos, nos encontramos uno, y sólo uno, de los vehículos enterrado en nieve. ¿Tanto había nevado anoche? Sin más dilación, a eso de las 12, más o menos, emprendimos la marcha. Nuestra idea era pillar un ferry que nos llevaría a otra ¿isla?. Pero ya en ruta, antes de pillar el desvío en Fagernes, nuestra atención no pudo evitar ver a un cúmulo de gente sobre un fiordo completamente congelado. Esta gente iba en motos de nieve o andando sobre el hielo. ¿Nosotros íbamos a ser menos?

Bajamos de los coches y nos dirigimos a toda velocidad al fiordo, hasta que encontramos hielo. Obviamente eso no nos detuvo, pero era el momento de tomar más precauciones. Muchas fotos, saltos, dibujos sobre la fina capa de nieve sobre el hielo y unas vistas espectaculares a media mañana hicieron que esta parada mereciera la pena.

Volvimos a los vehículos y ya tomamos rumbo directo a donde cogeríamos el ferry Breivikeidet Fergekai (Ramfjordbotn). Al llegar allí había un autobús, cuyo conductor no conseguimos localizar, a priori. Pero no había absolutamente nadie. Fuimos a revisar los horarios y nos quedaba un rato largo de espera. Pero oye, teníamos reservas de comida y tiempo para contemplar las vistas. Otra vez, y no será la última, espectaculares.

Mientras esperábamos, algunos se dedicaron a hacer fotos, otros se dedicaron a hacer dedicatorias en la nieve y todos fuimos aprovechando para eliminar el hambre acumulado. Era el momento ideal, aunque ya estaba empezando a llegar más humanos para contemplar, atónitos, como improvisamos un picnic en la nieve con nuestro pan, lomo y chorizo. Había hasta Huesitos y barritas de cereales. Paco Martínez Soria estaría orgulloso.

Finalmente el ferry llegó así que subimos a los coches a embarcar. Los nuestros eran los primeros de un carril de varios, pero decidimos usar sólo un carril. Al subir a la embarcación vimos que era completamente indiferente en el carril que estuviéramos, pero los turistas que habían llegado tras nosotros habían seguido nuestra cola en ese carril. Una vez a bordo, un poco de relax mirando por la ventana o intentando ver vistas en el exterior. Todo ello mientras nos tomamos un café.

Al otro lado nos dejó el ferry. Ahora tocaba ir hacia el destino final de nuestra excursión: Koppangen.

Lo que apreciaban nuestros ojos era increíble. De camino nos íbamos adentrando y bordeando otro fiordo. No hacíamos más que ver unos paisajes del copón, por lo que era necesario bajar las ventanillas de los coches para tomar alguna instantánea. Obviamente no era una temperatura recomendable para hacerlo, pero merecía la pena.

Tomamos el desvío hacia Koppangen en Lyngseidet y ya no quedaba mucho para llegar. Ya allí, donde acababa la carretera, nos encontramos un cartel que, con nuestro perfecto dominio del noruego, traducimos como “Koppangen, ¿qué coño hace usted aquí?”

Bajamos a la playa a tomar unas fotos, jugar a la rana tirando piedras o usar las palas para deslizarnos por la nieve. Un gran momento del viaje.

Pero no todo iban a ser alegrías, ya que de repente se convirtió en uno de los momentos más dramáticos del viaje.

A uno de los expedicionarios le entró un apretón, sí, en Koppangen. Para que se sitúe el lector un mapa.

El sitio es muy bonito y es un pueblo encantador, pero no había nada, ni gente, ni bares, ni gasolineras, ni mucho menos baños públicos. Se descartó la opción de obrar en plena naturaleza debido a las bajas temperaturas, así que echamos mano del teléfono para buscar un lugar donde nuestro apurado amigo pudiera sacar la leña al patio.

¡Milagro! a pocos metros de donde estábamos google nos indicaba que había una especie de apartamentos turísticos, no era descabellado pensar que en la recepción tendrían un baño y que le dejarían usarlo, así que sin nada que perder y mucho que ganar el apurado aventurero puso pies en polvorosa. Nada más llegar a la puerta una placa indicaba que efectivamente era un lugar de alojamiento turístico, así que ni corto ni perezoso abrió la puerta y se lanzo al interior.

Poco le duró la alegría, apareció un hombre que decía ser el huésped de la casa. Si, era una casa, ni recepción ni nada, era una casa que la tenía alquilada una familia. Su gozo en un pozo, se excusó del malentendido como pudo y cabizbajo volvió junto a los demás que disfrutábamos de la nieve y el paisaje, ajenos a sus problemas intestinales.

El apretón iba a más y decidimos poner fin a la visita de Koppangen para buscar algún sitio de camino a Tromso donde solucionar la papeleta.

Mientras circulábamos por la carretera unos se dedicaban a buscar en google sitios donde parar a evacuar y otros se preocupaban por el estado del pasajero y pedían información de su estado a través de los walkie-talkies que llevábamos.

A los pocos kilómetros apareció una gasolinera, en Lyngseidet. ¡Salvado!, una gasolinera tendrá un cuarto de baño. Dejamos al cada vez más apurado viajero en la misma puerta de la gasolinera, se dirigió a la puerta y … estaba cerrado. Su cara era un poema, sudores fríos le corrían por la cara. Pero aún había esperanza, divisamos a pocos metros un muelle de un ferry, parecido al que habíamos usado para coger el nuestro al venir. Ahí si que tendría que haber baños.

Se dirigió hacía allí a paso ligero, mientras los demás disfrutábamos del paisaje que nos rodeaba. Al cabo de 2 minutos apareció con peor cara que nunca, “no hay baños” nos espetó de mal humor.

Vuelta al coche a toda prisa, nos pusimos en marcha, los móviles volaban buscando hoteles, bares, gasolineras, lo que fuera… cuando de repente, sin haber salido del último pueblo, el conductor de unos de los coches divisó una señal inequívoca, baños públicos. Frenazo al canto, comunicación por walkie-talkie de la situación. El apurado viajero, con la cara desencajada y casi con la esperanza perdida, se deja caer del coche, sin apenas poder caminar debido a la presión que estaba soportando se desliza hasta los baños y si, esta vez si, la suerte, el karma o la providencia están de su lado, el baño está abierto.

Vítores de alegría se escuchan por la radio, misión cumplida.

Una vez solucionado el problema emprendimos viaje de vuelta a Tromsø. Ya habíamos decidido que no tomaríamos el ferry ya que, aunque era un rodeo por carretera, en tiempo iba a ser más o menos igual (suponiendo que subiéramos al ferry a tiempo). La idea era cenar en Tromsø y posteriormente ir en búsqueda de auroras, pero se nos desvió de tiempo el plan.

Entre la búsqueda de una solución para nuestro problema WC y que decidimos parar para hacer algunas fotos justo antes de un túnel, parece que se nos alinearon todos los factores a favor y a grito de “¡auroras! ¡auroras!” decidimos parar. Pero no parecía un sitio idóneo. Muchas farolas, mucha luz. Por este motivo una avanzadilla fue a buscar algo mejor más adelante. No muy lejos había un sitio perfecto. Y comenzó el espectáculo.

Sublime. Some activity de auroras con el fiordo de fondo. No sabíamos dónde mirar. Se creaban a cada lado, se juntaban, cruzaban el cielo. Cobraban vida.

Aprovechamos el momento para fotografiar todo lo que pudiéramos. Fotos de las auroras, de alguno con las auroras, de varios con las auroras, de todos con las auroras. El frío era intenso y las fotos no se podían hacer con guantes. Alguno hasta tuvo que acercarse a los vehículos a por otro par de calcetines. Pero no nos faltaban recursos: improvisamos un fuego con la ayuda de un pedernal y con unos maderos, que habían sido recogidos de la cabaña para este fin. Parecía no calentar mucho, pero si te alejabas del fuego la realidad era muy distinta.

Tras el cese de actividad de auroras, retomamos dirección a Tromsø para cenar. Pero una vez allí, antes de la cena, había que hacer el check-in en el hotel Scandic Grand Tromsø para uno de los integrantes del grupo que abandonaba la expedición al día siguiente, temprano. Una vez realizado el ingreso en el hotel y depositadas las maletas, se reunió de nuevo a la expedición para la cena. Se barajaron varios sitios, pero tras aparcar en nuestro búnker favorito, nos centramos en dos opciones cercanas: un italiano, Da Pinocchio, que estaba cerrando; y un irlandés, el O’learys Sportsbar. Nos decantamos por este último, que, aunque estaba cerrando la cocina, nos ofreció como posibilidad hamburguesas para todos, sí o sí. Y el hambre apremiaba. Para nuestra sorpresa había un camarero que era canario y que acababa el turno en ese momento. Por lo visto habían pasado muchos españoles durante ese día por el local.

Tras devorar las hamburguesas, tocaba la despedida del miembro del grupo, que además había tenido un día problemático. Por suerte para él, o consuelo, perdía ya de vista a los otros diez.

Por lo demás, ya teníamos hechos los deberes: ya habíamos cazado auroras, ya habíamos cenado. Se terminaba un día casi perfecto, con muchas anécdotas. Aunque algunas serán más recordadas que otras. Por estos motivos decidimos que ya era hora de volver a la cabaña a descansar. Poco más que hacer. Algunos fueron a la cama, otros se quedaron tomando algo…. y volvieron. Sí, las auroras. Más some activity, esta vez en nuestro “jardín” nevado. Y eran las mejores hasta el momento.

Poco a poco fueron apagándose las auroras y se fueron a dormir el resto de humanos que quedaban en pie. ¿Humanos? La jornada había sido tremenda.

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