Tirando Millas

Operación Northern Lights – Parte 3 (04/03/2017)

El tercer día amanecimos no muy temprano y sin prisa. La noche había sido larga y dado que no teníamos ninguna urgencia para ese día, íbamos a darle al cuerpo el descanso que merecía.

Los habitantes de las casas iban apareciendo poco a poco por la cocina de la casa grande para desayunar y disfrutar de las vistas que nos brindaba la madre naturaleza desde el confort de la casa.

A nuestro desayuno se unió un gato que, atraído por la curiosidad, el jolgorio o simplemente por si le caía algo de zampar, se asomaba a la ventana.

Una vez llenado el estómago, llegaba la hora de ir a Tromsø, pero algo interrumpió los planes de la expedición. Un par de trineos que, debido a lo apretado de la agenda hasta ahora no habían podido ser usados, aparecían tentadoramente aparcados en lo alto de una cuesta.

De repente comenzaron carreras en las que se ponía en riesgo la integridad de los participantes. Todo valía con tal de lograr la victoria: humano vs humano, humano vs animal, 2 animales vs otros 2… Cualquier modalidad era válida y cada bajada más divertida que la anterior.

Tras este largo alto en la agenda diaria, decidimos que ya era el momento de ir a visitar la ciudad de Tromsø, ya que sería el único día del que disponíamos para ello. Las mismas carreteras blancas y paisajes de los cuales no te cansas de ver nos llevaron hacia el alto puente que da entrada a la ciudad.

La primera parada fue sin duda uno de los edificios más destacados de la ciudad por su llamativo diseño, debido a lo cual se la conoce como la catedral del Ártico y, a pesar de no ser considerada eclesiásticamente como una catedral, presume de ser la ubicada más al norte del planeta.

Esta iglesia contaba con unas plazas de aparcamiento en la parte trasera, que según nos pareció entender en las señales, estaban destinadas para la gente que fuera a realizar la oración. Tras preguntar a varios ciudadanos locales, que nos confirmaron que podíamos aparcar gratis, dejamos los coches con más miedo que otra cosa (no teníamos mucho interés en saber cuánto podría ser el importe de una multa en Noruega) y nos dispusimos a ver la catedral.

El acceso a la misma estaba cerrado, por lo que comenzó el ritual de tomarnos fotos de todas las maneras posibles. Una de las puertas eran de cristal, por lo que se podía ver el interior de la iglesia. En cierto modo, esto fue un consuelo, ya que parecía no ser tan espectacular el interior como su fachada.

Debido al retraso sufrido en la llegada a la ciudad y al horario europeo de Noruega, estaba llegando la hora de comer, por lo que tocaba volver al centro de la ciudad a buscar aparcamiento cerca del restaurante que teníamos en mente, el Mathallen.

A escasos metros de este restaurante encontramos la palabra Parking. ¡Bingo! Nuestra sorpresa llegó al entrar en dicho aparcamiento, ya que se trataba de un búnker. Muy innovador todo en esta ciudad.

Al salir de él, reservamos mesa en el restaurante, con el tiempo suficiente para poder dar un paseo por los alrededores.

Suelos helados, estalactitas gigantes y casas de madera que parecían de cuento nos llevaron hasta otro de los edificios más destacados de la ciudad: la biblioteca.

Se trata de otro edificio con un diseño muy moderno, rompiendo con el entorno clásico que le rodea. Mientras una primera avanzadilla se adentraba en el interior de la biblioteca, otro grupo se dedicaba a innovar y hacerse fotos con un oso que había a la entrada.

El interior de la biblioteca era también bastante espectacular y moderno, y brindaba una muy buena vista de la ciudad.

Llegó el momento de ir a comer, por lo cual desandamos el camino que nos llevaba de vuelta al Mathallen. Aconsejados por los camareros pedimos de entrada unas sopas típicas de la región y posteriormente cada uno pediría su segundo plato. Predominaron las hamburguesas de buey, aunque también hubo quien arriesgó algo más pidiendo una especie de sushi.

La comida fue bastante buena, no tanto así como el café que pedimos antes de continuar la marcha. La camarera nos llevó un termo grande, pero el drama llegó a la hora de ingerirlo. Por más azúcar que le añadiéramos, aquel café era imposible de beber, por lo que dejamos tras de nosotros un termo vacío, y una docena de copas llenas de café.

La siguiente parada era el teleférico que nos subiría a un monte para poder contemplar las vistas de la ciudad al anochecer. Sí, poco después de comer, ya estábamos pensando en el anochecer. Son las cosas de estas latitudes.

Pero una vez más, algo nos detuvo en nuestra marcha, y como casi siempre, relacionado con lo mismo. ¿Esta noche habrá que tomar algo en la cabaña, no? Hubo consenso rápido, por lo que entramos a un supermercado que estaba delante de nosotros.

La compra fue muy simple: 60 latas de la cerveza más barata y 2 garrafas de agua. El precio fue algo más complejo de digerir: 160€. Tras una serie de preguntas al amable dependiente, no había fallo, ese era el precio de lo que habíamos adquirido. Eso nos llevó a tomar una drástica decisión: se decidió que sería la última compra de cerveza que se haría y que no podríamos vivir en este país.

Con el atraco aún en mente proseguimos la marcha y llegamos a los pies del teleférico que nos subiría al monte situado a las afueras de la ciudad de Tromsø. Comenzamos la subida con el jaleo y cánticos que siempre nos suelen acompañar en cualquier lugar en el que hacemos acto de presencia. Los nórdicos no parecían entender mucho nuestro humor y, sobretodo, tono de voz.

Una vez arriba las vistas no podían ser más impresionantes. Fotos y más fotos parecían no ser suficientes, mientras comentábamos amistosamente los resultados que nos traerían esas fotos. Pero como siempre, esas fotos no hacen ni la mitad de justicia al espectáculo que teníamos frente a nosotros.

Habíamos llegado en el momento justo, ya que llegamos al mirador del final del monte con la luz del sol aún brillando, pero comenzaba a anochecer. Los colores que iba tomando el cielo era impresionantes.

Unos minutos después ya había caído la noche sobre Tromsø, por lo que tras realizar más fotos de la ciudad ahora de noche, decidimos bajar.

Hubo un grupo que perdió el teleférico por realizar alguna foto más, por lo que quedamos divididos, y el grupo que estaba abajo tendría que esperar media hora hasta la siguiente bajada del teleférico.

Se consideró un buen momento para montar una fiesta improvisada y que un conductor mostrara su pericia al volante sobre el terreno helado.

Una vez reunido el grupo, se disolvió la fiesta y volvimos a nuestro búnker para dar un paseo nocturno por la ciudad. La cantidad de nieve en la ciudad nos seguía sorprendiendo a pesar de llevar ya 3 días en el país. Parques con nieve hasta más arriba de las rodillas, bancos completamente enterrados… Mucha tentación como para no emprender una batalla de bolas nieve.

Finalizamos este paseo en la catedral (la de verdad) de Tromsø, la única de madera de Noruega.

Una vez vista la ciudad era un buen momento para volver a la cabaña, haciendo un alto en el supermercado de camino para comprar Skrei, una especie de bacalao de la zona que nos habían recomendado.

Una vez llegados a casa, se enciende la chimenea para dar una ambiente más acogedor y se comienza a cocinar el pescado.

La verdad que está realmente bueno, por lo que para mostrar nuestra gratitud a lo bien que estaba resultando todo, alguien se lanza con cánticos y alabanzas al señor. Sorprendidos por el amplio repertorio de canciones de misa que podemos llegar a conocer, seguimos honrando al señor, mientras el volumen de los cánticos y la euforia va en aumento.

De repente algo nos interrumpe, una bocanada de humo sale de la chimenea, el fuego se apaga y salta la alarma de incendios. ¿Qué está pasando? Rápidamente, nos apresuramos a abrir todas las ventanas de la casa, ante lo cual el fuego se reaviva. La chimenea debía estar defectuosa y había consumido en poco minutos el oxígeno de toda la casa. A día de hoy sigue sin haber consenso sobre si este hecho se trató de un castigo divino, o un premio, avisándonos del problema cuando estábamos todos en la sala y evitando así una gran desgracia.

Pero una alarma y un pequeño susto no iba a aplacar los ánimos del grupo, por lo que se comienzan a abrir las birras que se habían adquirido. Pero parece que esto sabía a poco y se comenzaron a abrir las botellas destiladas compradas en el aeropuerto “por si acaso”.

Esto ya no podía parar, la noche se había desmadrado y comenzó una partida de el célebre juego “Después de cama siempre gus”. Un juego muy simple, pero al cual le modificamos las reglas para favorecer la ingesta.

Con el juego ya mediado y sus efectos, empezaron a surgir ideas excelentes, como la de hacer camisetas con los símbolos y palabras usadas para el juego: gus, cama, chupa…

Tras terminar la partida se consideró el momento idóneo para hacer una queimada, bajo el frío polar. La gente observaba el ritual de preparación y conjuros con admiración y no dudaba en grabar vídeos para inmortalizar el momento. Algunos, tal vez, con demasiada luz.

Al volver al interior de la cabaña se encendió el altavoz, y de repente una extraña rave de animales comenzó. Bailes de todo tipo y movimientos aún inexplicables fueron observados durante las siguientes horas. Un deleite para nuestras retinas.

Bien entrada la madrugada, se cortó la fiesta, ya que al día siguiente había excursión y deberíamos levantarnos a una hora decente. Cuatro integrantes del grupo decidieron ir habitación por habitación con su particular forma de dar las buenas noches. Esta ya había sido vista en algún otro viaje.

Esta ceremonia terminó de forma inesperada, debido a una enajenación momentánea que terminó con una persona empapada. Se consideró que era el momento de dar por concluido un largo día.

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