Han pasado muchos meses desde que empezamos a planificar este viaje, primero como un simple boceto, muchas veces sin esperanzas de poder llevarlo a cabo, muchas conversaciones de bar y muchos foros y blogs consultados. La compra de los billetes de avión ya supuso un punto de inflexión, pero la fecha era lejana todavía. Nuestros amigos y compañeros de trabajo se iban de vacaciones de verano y volvían, y nosotros ansiando que llegara el mes de noviembre, hasta que finalmente llegó.
El 5 de noviembre amaneció en Madrid lluvioso y frío, el otoño por fin hacía su aparición en España, pero a nosotros eso nos daba igual, las predicciones para Chicago eran de sol y calor, algo poco habitual para estas fechas. Habíamos quedado bien temprano en la terminal 4 de Barajas, con tiempo más que de sobra para pasar los controles de seguridad, y aunque algún miembro del grupo quiso hacernos creer que se había quedado dormido, todos llegamos a la hora acordada. No podía ser de otra manera, llevábamos un año de planificación como para cagarla a última hora.
Tras pasar todos los controles habituales de seguridad y uno adicional del gobierno americano llegamos a la zona de embarque.
El tiempo de espera antes de embarcar parecía el momento perfecto para activar las tarjetas SIM de Vodafone que dos del grupo habían comprado para aprovechar las ventajas del roaming en EEUU.
Uno de los dos que iba a realizar la operación sobre un iPhone, no tenía la herramienta ni nada con lo que extraer la tarjeta, además se dio cuenta de que no se sabía el PIN de la nueva, ni tampoco el número de teléfono de esta para poder pedirlo y por supuesto no tenía los papeles del contrato donde venía anotado.
El otro si tenía todo eso, pero su teléfono se negaba a reconocer la tarjeta, así que ya pintaba fea la cosa.
Mientras ocurría esto, los demás charlábamos sobre el avión en el que iríamos, el entretenimiento a bordo y rezábamos para que tuviera pantallas individuales para ver películas y series. Ya habíamos buscado información del avión en foros de pilotos y en páginas como seat gurú y todo apuntaba a que viajaríamos en un A340 de Iberia recién renovado por dentro. Pero nada más llegar a la puerta embarque, nos dimos cuenta que el avión que conectaba el finger de nuestra puerta era un A330. Todas nuestras esperanzas de disfrute a bordo a la mierda.
Finalmente llegó la hora de embarcar, los teléfonos seguían en la misma situación y los intentos de conseguir el PIN fueron en vano. Entramos al avión y al fin una buena noticia, ¡pantallas individuales!.
El avión contaba con el nuevo sistema de entretenimiento a bordo, películas, series, juegos y música. Al menos el viaje sería menos aburrido.
Eso si, los de los teléfonos siguieron intentándolo hasta el último momento sin éxito y justo antes de despegar dejaron el encargo de conseguir el PIN a un amigo en España.
Despegamos con una hora de retraso y con la promesa del comandante de recuperar el tiempo durante el viaje. El vuelo transcurrió sin incidentes, pudimos disfrutar de varias películas, entre ellas Capitán Fantastic, muy recomendable.
Y tras 9 horas volando llegamos al aeropuerto O’hare de Chicago. El comandante cumplió su promesa, el móvil que no reconocía la tarjeta SIM empezó a hacerlo, el PIN de la otra tarjeta nos lo envío nuestro amigo por sms y unos amables pasajeros nos dejaron el pincho para extraer la tarjeta SIM del iPhone.
Pero bueno, no todo podía salir bien. Una de nuestras maletas llegó bastante dañada y uno de nuestros viajeros resultó elegido para un control de aduanas extra.
Tras el reagrupamiento de todos los miembros sin mayor novedad y la correspondiente reclamación por la maleta dañada, estábamos listos para Chicago.