Tirando Millas

Operación Northern Lights – Parte 1 (02/03/2017)

Todo surgió aproximadamente 10 meses antes. Una noche de colegueo, un doctor recién llegado de la región, una servilleta y unas auroras que nos estaban esperando. Así empezó todo.

El contrato inicial definía una visita a Tromsø o al norte de Noruega, con un máximo de 10 días y preferiblemente en marzo. La primera redacción incluía a 4 intrépidos viajeros, pero a medida que pasaban los meses la plantilla de expedición al ártico iba creciendo. Días antes del viaje la cifra se cerró en 11. Ni más ni menos.

Tras meses de preparativos, de millones de visitas al Decathlon y a enésimas tiendas especializadas, con nuestros tours adquiridos y con dos cabañas para los 11, el día había llegado.

El día comenzó con madrugón: tocaba ir a Tromsø previa parada en el aeropuerto de Oslo para una escala eterna. Casi 4 horas sin ningún tipo de actividad más que la de recoger y volver a facturar maletas (con alguna que otra triquiñuela al ver que las maletas habían ganado peso), o la de vagar por la terminal mientras saciamos el hambre con unos bocatas o hot dogs made in Norway.

Con tiempo suficiente y tras el encuentro con el viajero externo que tenía otros vuelos, pillamos enlace dirección Tromsø.

El aeropuerto era bastante modesto. Suficiente para la ciudad de Tromsø, que con apenas 80 mil habitantes es la séptima en población de Noruega y segunda de Laponia. Una vez recogidas maletas y los coches de alquiler, con sus neumáticos de nieve, teníamos las tareas asignadas:

  • Comando 1: ir a las cabañas, a encender calefacción y preparar las cosas.
  • Comando 2: ir a realizar las compras para la estancia durante la noche y un par de mañanas siguientes.
  • Comando 3: esperar al viajero foráneo que llegaba algo más tarde.

Como todo buen plan, siempre algo falla. Fue la cantidad de maletas lo que nos hizo improvisar. El comando 3 se vio en la obligación de ir a dejar maletas a las cabañas para posteriormente volver a por el miembro restante de la expedición.

Mientras, los comandos 1 y 2 empezaban a ver lo extremadamente caro que es Noruega. Unos lo palparon mediante un pequeño alto para agenciar algunos aperitivos y refrigerios para hacer más llevadera la espera, y los otros por la obligación de las compras. Lo de las birras rozaba el absurdo, siendo, al cambio, unos 3 euros cada lata de cerveza.

Carreteras blancas, paisajes nevados y un puente descomunal, tal vez el más alto de Europa (1), nos daban la bienvenida a la zona.

El primer comando, cumpliendo con su cometido, fue el primero en llegar a las cabañas a recoger las llaves y conocer a nuestra casera, Stine. Las dos cabañas se encontraban a unos 30 km de Trömso, en Larseng, y eran sencillamente impresionantes.

Ante el entusiasmo de este comando al ver el paraje idílico, y las ganas de conocer las cabañas que tan buen aspecto tenían, se irrumpió a la carrera en la primera casa. La cara de la casera ya empezaba a ser un poema y nos sugirió que en futuras entradas intentáramos descalzarnos. Magnífica recomendación para no dejar todo lleno de agua.

Cada habitación a la que se entraba era jaleada y celebrada. Las fotos no engañaban y habíamos acertado de pleno con el alojamiento.

Las casetas se complementaban con una caseta-barbacoa y un caseta-sauna, ambas al lado de un embarcadero, a la orilla del fiordo. De camino a verlas y ante un cielo abierto, nuestra arrendadora nos comentaba con cierta desgana que estaba convencida que esa noche habría movimiento de auroras. La desgana nos hacía pensar si estaba en sus cabales… ¿Alguien en su sano juicio puede cansarse de un espectáculo como las auroras boreales? En cualquier caso, ¿estaría en lo cierto?

Para hacer más llevadera la espera a la respuesta a esa pregunta se abrieron las primeras birras, entraron a debate ciertos aspectos sobre nuestra peculiar casera, y se avisó al Comando 2 de que controlaran a uno de sus integrantes. El elevado precio del alcohol en este país era preocupante.

En cuanto al resto de la planificación, todo volvía a estar bajo control. O al menos todo lo que estaba en nuestras manos, ya que una incidencia con la maleta de nuestro último intrépido integrante nos chafó un poco el primer día.

Una vez gestionado el problema, aunque sin solución momentánea, el comando 3 tomó rumbo a lo que sería nuestro hogar los siguientes días. Y es ese el momento en el que ocurrió el primer y más importante objetivo: auroras. Unos ya desde las cabañas y otros desde una breve parada en la carretera de camino, vieron con deleite este fenómeno.

En la reintegración de todos los componentes del grupo, había que tratar dos temas importantes: el correspondiente ritual de los DNI’s para el sorteo de camas y casas, ya que teníamos una cabaña de 8 personas y otra de 3; y la preparación de la cena.

La cena había que realizarla en la barbacoa, nos lo marcamos como obligatorio. Y no estaba cerca de la cabaña principal. En este proceso, la gente empezó a mimetizarse con el frío polar mirando con expectación el cielo y llevando desde la cabaña hasta la barbacoa, y viceversa, comida y diferentes utensilios. También vimos pasear los dos primeros renos por nuestro jardín, aunque no serían los únicos animales que pasarían por Larseng esos días.

El intento de hacerlo en la barbacoa fue un auténtico fracaso. Pero teníamos la cocina de la cabaña, así que finalmente completamos una buena cena de panceta, salmón de la zona y, los más atrevidos, unos pinchos morunos.

Tras esto había que limpiar un poco la casa, pero no encontrábamos qué hacer con la basura al no divisar contenedores cercanos. Tras barajar las opciones, ventajas, desventajas y, sobretodo, descartar dejar la comida fuera, ya que los renos podría realizar un estropicio, se encontró un trastero ideal para almacenar los residuos.

Finalmente, tras nuestra primera toma de contacto con el entorno, bien alimentados y con todas las tareas realizadas, era el momento de ir a la cama. Al día siguiente tocaban los tours contratados.

(1) No, no lo es.

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