Tirando Millas

Etapa 17: Yosemite – San Francisco Parte 1 (23/11/2016)

Los despertadores no sonaron tan temprano como el día anterior. Tocaba preparar la maleta con celeridad y poner pies en polvorosa debido a que amenazaba nieve, así que preparamos los desayunos con la misma dinámica que acostumbramos en nuestra cabaña particular. Que cada perro se lama su capullo.
Aprovechamos para eliminar todo el exceso de bultos que durante el viaje nos habían sido tan útiles, ya que el destino de San Francisco, situado a 4 horas de distancia, sería la última parada para nuestra Chrystler Pacífica. Adiós nevera, adiós. Serviste bien a este grupo de RoadTrippers

El hombre ducha hizo nuevamente una de las suyas mientras la nieve empezaba a depositarse unos centímetros por encima de la calzada. Teníamos que salir ya.

Asustados debido a la nevada que estaba cayendo, a los coches que se veían en la cuneta parados debido a que sus frenos les habían jugado una mala pasada, y a las extrañas indicaciones que nos estaba dando el GPS, salimos lo más despacio que pudimos y a una velocidad constante. Cada vez que parábamos en un STOP se nos helaba el corazón, rezando por que las ruedas respondiesen y pudiéramos continuar el viaje.

Finalmente (siguiendo nuestra intuición en vez del GPS), llegamos a una zona en la que la nieve se cambió por lluvia y el hielo por charcos. Estábamos a salvo, pero los coches que subían deberían tener cadenas (o así lo ordenaban los controles policiales en el puerto de montaña que estábamos descendiendo).

“Qué suerte tuvimos… nos nevó tan solo el último día de nuestro viaje…” Pensábamos una y otra vez mientras atravesábamos los bosques que 2 días atrás nos dieron la bienvenida.

Durante el camino a San Francisco  hicimos una parada para tomar café en el mismo sitio donde lo tomamos antes de entrar en Yosemite, visitando el baño nuevamente al final del pasillo 17.

El Ukelele amenizaba el viaje viajando de mano en mano, ya que la estancia en la cabaña había provocado que nuevos roadtripperos se atreviesen a desarrollar sus dotes musicales, aprendiendo 1 canción, que se repetiría una y otra vez, Nothing else matters.

Segunda parada, esta vez para unas cervezas y para comprar una de las maravillas de EEUU: “Chetos y Lays ultra picantes”. Todo un reto que hizo llorar a más de uno.

Vislumbramos la ciudad de la bahía en la lejanía y, mientras cruzábamos el puente “Oakland Bay Bridge”, sonaba de fondo la canción “San Francisco” de Scott Mckenzie. Tan sólo nos faltaba una flor en la cabeza para estar completamente mimetizados en el ambiente.

La ciudad nos recibió de día y colorida, con el Golden Gate al fondo y Alcatraz a nuestra derecha. El contraste entre altos edificios de oficinas con casas de todos los colores nos encantó.
Buscamos el sitio idóneo para aparcar ofreciéndosenos tres opciones: Dejar el coche en el parking del hotel por 60$ al día, dejarlo al aire libre en un solar “controlado” por 15$ al día, o en un parking interior por 30$ al día a 1 manzana de nuestro hotel. Ésta última opción fue nuestra final decisión.

El último sorteo de DNIs ocurrió, con pena para unos y con alegría para otros, que pudieron dormir en una habitación Suite, en comparación con la otra.

Dos de nuestros integrantes tenían entradas para ir a ver a los Golden State Warriors contra los Ángeles Lakers, un derbi de Estado que lo convertía en uno de los partidos más esperados de la temporada. Pronto dejarían el grupo y teníamos que comer, por lo que atravesamos la Union Square y nos dirigimos directamente al Barrio Chino de San Francisco.

El restaurante elegido fue Henrys Hunan, ya que contaba con el título del mejor restaurante de comida china de 2014, elegido por la revista “The New York Times”. Cada uno eligió un plato mientras que el más joven de nosotros servía el té. Notable.

Dimos un paseo por ChinaTown, sorprendidos por la inmensidad del mismo. Aunque la calle principal está enfocada principalmente a la venta de Souvenirs para turistas, casi todos los carteles de publicidad estaban en el idioma cantón/mandarín (no sabría decir cuál) y la población en su mayoría era asiática. Digno de visitar.

Los fans de los Golden State aprovecharon para irse al partido del siglo:

mientras que el resto aprovechamos para visitar “Coin Tower” y sus espectaculares vistas. Sin embargo, con gran pesar, llegamos 5 minutos después de que terminasen las visitas, así que tras hacer unas cuantas fotos, fuimos al famoso Pier39.

Por el camino aprovechamos para echar unos cuantos cuartos en el “Musee Mécanique”, repleto de divertidas máquinas, desde las ingeniosas del siglo XIX hasta las más actuales. Divertido y recomendable.

La pascua había llegado al Pier39: Los abetos cargados de colores y motivos navideños, la música y el olor dulce de palomitas creaban un ambiente único. Aprovechamos para hacer las compras oportunas de suvenires. Uno de nosotros incluso compró 50 imanes de todos y cada uno de los estados de los EEUU, aunque tan solo quería comprar de primeras 9…

La tarde acabó con la visita a la plaza de Ghirardelli (famosa chocolatería de orígenes Italianos) y con la visita a un Sportbar en el que retransmitían la NBA. Contentos por la victoria del equipo local y triste porque sirvieron cerveza IPA, decidimos volver a la zona del hotel para tomar un último trago mientras venían nuestros dos compañeros.

Nos gustó el bar Johnny Foley’s, ya que tras pasar por su lado dos fueron las cosas que nos llamaron la atención: el buen rollo del portero, del que nos hicimos amigos, y lo que parecía música en directo proveniente de un piano. No podíamos decir que no.

Tras bajar unas escaleras la escena era prometedora: Había dos pianos de cola, uno enfrente del otro, y sentados a ambos extremos, dos peculiares pianistas. Digo peculiares, porque estaban mazados y tenían una larga melena rubia. Fueron bautizados en un alarde de originalidad como “los vikingos”, y el espectáculo como “duelo de pianistas vikingos”. Ilustres.

La dinámica era sencilla, tan sólo tenías que apuntar una canción en una hoja de papel y junto con un billete de valor a elección del solicitante entregárselo a uno de los pianistas.

La calidad de los músicos era impresionante. Tanto sus voces como destreza interpretando los dejaba atónitos a los espectadores. Tardamos muy poco en pedir los clásicos “Sweet Caroline” y “Take me home”, y se ve que más gente los había pedido, ya que cuando empezaron a tocarlos todo el bar (que aparentemente estaba disfrutando tranquilamente de la música) se levantó para cantar esas canciones. Nosotros las cantábamos como si ese himno nos hubiera parido.

A cada canción nueva a partir de éstas que iba saliendo iba siendo coreada e incluso bailada por la gente del bar. Ya nuestro grupo estaba al completo, y nuevamente, se creó un ambiente mágico en el que nosotros fuimos partícipes. “Bohemian Rhapsody, Californication, Smell like teen spirit” entre otros, se marcaron un espectáculo sorprendente.

Finalizó el concierto con los pianistas dándonos las gracias personalmente. La cosa iba a ser así, o nos echaban del local o nos darían las gracias, pero indiferentes no se iban a quedar.

Era temprano cuando el local cerró, pero nuestro portero referencia nos aconsejó otro bar que estaba a dos manzanas, pegado a Union Square, llamado “Golden State Grill”.

Era un bar grande, y repleto de máquinas recreativas: Pinball, mini Curling, Tekken, etc.. pero la protagonista fue una de canastas, la cual se tragaba los dólares debido al pique que surgió por ver quién era el mejor lanzador del grupo.

El día acabó con una hamburguesa para unos, una pizza para otros y cama para todos. San Francisco nos había recibido cálidamente.

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