Amaneció jueves de Thanksgiving y un momento triste del viaje: teníamos que despedirnos de nuestra fiel compañera de viaje, la Chrysler Pacifica. La teníamos durante un día más, pero la agenda y el elevado precio de los parkings de la zona precipitaron los acontecimientos.
Mientras todo el mundo se ponía en pie, algunos fueron recoger el vehículo del parking (sí, milagrosamente seguía allí) y posteriormente devolverlo. Había sido un magnífico servicio desde Nueva Orleans, tras 5885 km y 72 horas de viaje.
Teníamos la intención de alquilar unos nuevos vehículos, esta vez bicicletas, y hacer el recorrido hasta el Golden Gate. Había que coger fuerzas. Elegimos para desayunar el David’s Delicatessen, que se encontraba en frente del hotel. La mayoría prefería la opción de huevos (preparados de diferentes formas), con salchichas o bacon. También había quien prefería algo más dulce, eligiendo así unas tortitas. Llenado el estómago nos dirigimos hacia el puesto de alquiler bicicletas que se encontraba en Union Square. Teníamos hasta las 17:00 para devolver las bicicletas, pero contábamos con hacer parte del recorrido en Ferry. Lamentablemente en Acción de Gracias estaba cerrado así que tocaría ida y vuelta a dos ruedas.
Iniciamos nuestro particular Verano Azul por las calles de San Francisco, evitando el tráfico en la medida de lo posible y transitando por los carriles habilitados para desplazarse en bici.
De esta forma llegamos sanos y salvos a los muelles pasando uno tras otro hasta llegar al famoso Pier 39. Allí la atracción eran los leones marinos que se disputaban el sol ante la atónita mirada de los turistas.
Seguimos lo más cercano posible a la costa para ver las perspectivas que nos deparaba el Golden Gate mientras nos acercábamos. El recorrido hasta el puente tiene un par de cuestas, pero en general es bastante sencillo. En algunos tramos coincidimos con colegas de la universidad de South Carolina de un integrante de la expedición.
Finalmente llegó la hora de cruzar el puente y dirigirnos a una colina al otro lado para encontrarnos con una nueva perspectiva: el Golden Gate con la ciudad de San Francisco de fondo.
Tras intensas sesiones fotográficas, el tiempo se nos echaba encima y había que regresar a devolver las bicicletas. Retomamos el camino de vuelta a un ritmo superior al de la ida, con la idea de tomar a mitad de camino, en los muelles, un Clam Chowder para matar un poco el hambre. Viendo que no íbamos muy sobrados, al final no se pudo realizar la parada por precaución y decidimos seguir hasta Union Square para devolver ya las bicicletas. Llegamos con unos 30 km a las espaldas en total del día y nos sobraron tres cuartos de hora. Como todavía quedaba algo de comida de las compras de Yosemite, decidimos poner rumbo al hotel para comer algo y reponernos del día en bicicleta. De esta forma también aprovecharíamos para darnos una merecida ducha.
Habíamos quedado para uno de los momentos más esperados del viaje. Se trataba del encendido de las luces de Navidad en frente del Macy’s de Union Square, que sería en torno a las 18:30. Una vez allí, no había nadie. A ver, sí. Había gente, como siempre; pero no era la marabunta que esperábamos. Tras consultar en Internet resultaba que no era ese día, era el siguiente. Muchos habíamos hecho el viaje sólo por ver este maravilloso momento, pero fue un fraude orquestado por uno de los integrantes del grupo. Tras graves recriminaciones hacia su persona, no sabíamos qué hacer. Todo era una mentira. Vaya decepción. O no.
En resumen, no había nada que hacer allí.
Optamos por dar una vuelta y encontramos un lugar para hacer tiempo hasta la cena. Tomamos algo mientras nos daban unos cacahuetes y unas palomitas.
Para cenar le echamos un vistazo a menús de Thanksgiving, pero todo parecía demasiado caro y demasiado forzado. No tenía mucho sentido pagar por un menú asequible en cualquier sitio del montón; no era lo que buscábamos. Finalmente decidirnos cenar en un sitio de la zona, el Bartlett Hall. Nada nuevo: pasta, hamburguesas y bocadillos acompañados con unas alitas de picante infernal.
Para acabar el día queríamos dar una vuelta por la ciudad, salir un rato. Fue imposible. Tras recorrer varios puntos, probar con algunos sitios sugeridos cerca y no tan cerca e intentar buscar algunas discotecas de la zona, nos dimos cuenta de que estaba todo cerrado por festividad. De esta forma, y decepcionados con la situación, nos acercamos al Johnny Foley’s, el irlandés del día anterior, para acabar la noche.