Tocaba un día total de relax en Cayo Largo. El plan es que no había plan, por tanto, el objetivo era poca o nula actividad. Empezó con un desayuno buffet en el complejo hotelero y a medida que íbamos terminando nos acercábamos a la playa. La presencia de los animadores y un balón de fútbol derivó en un rondo en la misma playa. Todo para hacer rato y subir a algo más relajado en la piscina.
A medida que iba entrando el apetito, nos fuimos preparando para acercarnos al restaurante con los animadores.
La tarde se centró en varios frentes: los que pretendían realizar varias actividades más activas; y los que se decantaron por una merecida siesta. El punto de encuentro sería en el campo de futbito para la pachanga organizada con los trabajadores y los huéspedes. Dado que la gente se iba retirando e iba desapareciendo la luz solar, nos dirigimos a, cómo no, pasar un rato en la piscina.
Y, otra vez, a medida que iba entrando el apetito, nos preparamos para ir a cenar al buffet. Siempre con los animadores. Este cúmulo de circunstancias, y debido a que nos separábamos por grupos para que pudieran cenar con nosotros varios de ellos, hizo surgir una de las historias más tristes del viaje. Su protagonista, Helen.
La historia de Helen es desoladora. Esa noche, la mitad del grupo cenó con uno de los animadores, que curiosamente pasó la noche anterior cenando con ella. Ya la habíamos visto en el vuelo de ida a la isla, completamente sola. Le contó que la intención era la de viajar con su marido, pero se torció de una manera cruel el plan: éste se había liado con su hermana. Ya con los billetes comprados decidió que era el momento de echarle ganas a la vida y decidió que iba a viajar sola. Una guerrera. Aunque la tristeza aún salía a relucir entre la soledad en la que se mostraba para leer algún libro y la complicidad con los gatos de las instalaciones, a los que no paraba de acariciar. (1)
Tras la cena, nos acercaríamos a ver el show que tenían montado en el teatro. Pero no daba para mucho más, aunque siempre viene bien disfrutar de algún día así. Como no podía acabar de otra forma, la jornada fue terminando en el bar 24 horas del hotel, en el que se encontraba el camarero de la noche anterior. Tras sus peculiares historias fue bautizado como Mr. Danger. Un tipo simpático.
(1) Nada de esto era verdad, pero sólo lo sabía la mitad del grupo. Fue destapada la farsa meses después.