Bajamos a desayunar al restaurante del hotel, como ya era costumbre. Este día tocaba hacer alguna visita cultural y la primera era el Museo de la Revolución. Abandonamos el hotel, con alguna cara conocida (como de costumbre), en la entrada del mismo.
Nos dirigimos al museo andando, ya que estaba a alrededor de un cuarto hora. Una vez allí, vimos en la puerta un tanque que había sido utilizado por el mismísimo Fidel Castro durante la invasión de la Bahía de Cochinos de 1961.
Una vez dentro del edificio, justo a la entrada, pudimos observar una pared que nos parecía realmente cómica: el Rincón de los Cretinos. Allí figuraban una serie de caricaturas de cuatro personajes: Batista, Reagan, Bush Senior y Bush Junior. A nuestra expedición le entró la duda de cuánto tiempo tardaría en aparecer un quinto en discordia… ¿Donald, tal vez?
Seguimos recorriendo las salas de los dos pisos habilitados para la visita, así como un balcón que daba a la entrada y algún patio interior. En las habitaciones se encontraban vitrinas con diferentes historias, fotografías y mapas de la historia cubana, así como armas, vestiduras y algún que otro objeto relacionado.
También nos encontramos por allí una escena recreada con figuras de cera del Che Guevara y Camilo Cienfuegos.
Una vez acabado con el edificio, nos dirigimos al parque colindante en el que se encontraban diferentes para ver los diferentes vehículos históricos de Cuba. El epicentro del parque está compuesto por un yate que fue utilizado para llevar a Fidel y al Che desde Tuxpan México hasta Cuba en 1956.
Tras finalizar la visita al museo, buscamos un lugar cercano, para saciar nuestra sed con unas cervezas. Acabamos en un gastrobar llamado La Makina en una calle colindante. Mientras decidíamos cómo continuar con el plan de turismo, se llegó a la conclusión de que lo más óptimo era comer allí antes de ir a la fortaleza que se encontraba en la bahía. Por tanto, pedimos la carta y disfrutamos de una buena comida cubana con unas Bucanero.
Era el momento de dirigirnos a la Fortaleza San Carlos de la Cabaña, que se encontraba al otro lado de la Bahía de La Habana, así que empezamos a buscar un taxi. Y negociarlo. Había un túnel que pasaba por debajo de ella, para lo cual nos hacían ver que esto sería más caro por supuestos peajes. Por supuesto, no hubo ningún peaje, pero llegamos a nuestro destino en no mucho tiempo y a un precio razonable en un par de coches de época.
Una vez en la fortaleza, y con las entradas adquiridas, nos recibió una encargada que no tenía excesivas ganas de recoger las entradas. Aún así aprovecho el momento para pedirnos crema solar.
Nos dirigimos al interior de la fortaleza recorriendo la muralla y sus aledaños. Había muchos cañones y una vista de La Habana realmente buena, por lo que aprovechamos para hacer diversas fotos y algún grito que ya es tradición.
Para la vuelta al otro lado de la Bahía había que entrar en negociaciones de nuevo, esta vez con el objetivo de llegar a la Plaza de la Revolución. Esta vez nos llevó un peculiar taxi en el que los 8 miembros del grupo íbamos más o menos como podíamos. Antes de nuestro destino, hicimos una parada por el hotel para preguntar por si había noticias de nuestro vuelo del día siguiente (no lo había), pero la cantinela era “no os preocupéis, os vienen a buscar”. La Plaza de la Revolución consiste en una gran extensión de terreno con un memorial a José Martí en el centro y en los aledaños edificios con los relieves del Che Guevara y Camilo Cienfuegos con las inscripciones “hasta la victoria siempre” y “vas bien Fidel” respectivamente
Terminada la visita con sus fotos incluidas, nuestro siguiente destino era el Hotel Nacional. Habíamos negociado con el taxista que nos esperara un ratillo para después llevarnos hasta allí en el característico vehículo en el que entrabamos todos. De camino algún detallito, como un árbol en mitad de una calle sin aparente intención de ser retirado.
Entramos en el Hotel Nacional con la idea de cruzar su recibidor e ir a los jardines exteriores que dan al malecón, en los que no faltaban un par de cañones apuntando al mar. Las vistas son realmente buenas desde esos jardines.
Cabe destacar, por el poco tiempo que había pasado, que había un árbol con un cartelito en el que ponía que había sido reventado por el huracán Irma.
El siguiente plan en nuestro día era callejear pasando de camino por el Callejón Hamel. Este sitio se trata de una calle bastante pintoresca con diversos murales, pinturas y arte urbano de la cultura cubana con bastante recorrido histórico en la ciudad.
Allí nos recibió un guía, que nos contó historias del callejón, así como de su precursor Hamel. Después de esto nos llevó a un local en el que nos dio una bebida a la que ellos llamaban “negrones”.
Volvimos al hotel andando. Quedaba allí una tarea que era verificar el vuelo del día siguiente y… saltan las alarmas. No hay nada, ninguna información. Además, la recepcionista, de resaca, no parece estar muy colaborativa, por lo que hay que insistir en que es una información vital para nuestro devenir en el viaje. Finalmente acaba colaborando y el error fue de la compañía, que nos había asignado como sitio de recogida otro hotel. Aparentemente eso quedó subsanado, pero la intranquilidad rondaba en el ambiente. Eso sí, tocaba madrugón ya que, sin hora fija, nos citaban alrededor de las 3 para ser recogidos.
Visto lo visto el día tenía que acabar pronto. Nos dirigimos sin dilación por la zona del Capitolio con el objetivo de cenar. Acabamos en un lugar llamado El Trofeo en el que, por un precio irrisorio, nos sirvieron una cantidad industrial de comida.
Tras esto, vuelta al hotel a hacer las maletas y dormir un rato. No sin antes tener la oportuna despedida de Carlos, con su correspondiente petición de playeras a un miembro del grupo.