Otro madrugón en este país. Parece que ya nos estábamos acostumbrando a levantarnos a horas en las que deberíamos estar volviendo de fiesta. Y eso es lo que debieron pensar algunos…
En más de una habitación se vivió la desagradable sorpresa de ver que los compañeros de cuarto no se encontraban en la misma a pocos minutos de tener que abandonar el hotel para coger el avión. Quizás salir hasta última hora el día anterior no había sido buena idea. Alguno de ellos tenía el agravante que tenía la maleta sin hacer y las cosas desperdigadas por la habitación lo cual le acarreo algún insulto grave por parte de su compañero de cuarto. Los peores augurios se cumplían.
Se organizó una batida con la vaga esperanza de que estuvieran en el complejo al menos, no vagando por alguna de las carreteras o caminos de la isla. Afortunadamente estaban en el complejo y, sin dormir, recogieron sus cosas y todos juntos cogimos el autobús que nos llevaría hasta el “aeropuerto”. Una vez en esa sala de espera, dónde continuamente se iba la luz y con unas caras que no hacían presagiar una muy buena jornada pasamos el rato hasta que nuestra avioneta llegó a la vez que amanecía en Cuba.
Llegamos a la habana después de un breve trayecto en avión y allí nos estaba esperando nuestro autobús particular para llevarnos hacía el punto de recogida de los coches de alquiler. Una vez allí, con varias horas de adelanto sobre el horario previsto, intentamos que nos de nuestros vehículos. Primer contratiempo: tenemos que pagar en efectivo. La suma no era despreciable, así que tuvimos que ir en varias tandas a sacar dinero para juntar todos los CUCs que se nos requerían. Una vez solventado el primer problema llegó el segundo: esperar a que nos dieran los vehículos. Una espera ridículamente larga, dónde nos aseguraban que estaban comprobando y limpiando los coches, aunque nadie parecía moverse. Finalmente, y tras mucho insistir y varias horas en aquel lúgubre establecimiento teníamos nuestros coches.
Pronto descubrimos que parecían mejor por fuera que como eran realmente. Ruedas sin dibujo, maleteros rotos… en fin, no eran unas joyas. Como tampoco lo eran las carreteras por las que nos íbamos a desplazar. Pronto descubrimos que los baches y agujeros en la calzada que encontrábamos en La Habana eran extensibles a toda la red de carreteras principales y secundarias de la isla. No era extraño encontrarte con un socavón que bien podía reventar un neumático en mitad de la “autovía”. Como tampoco lo era ver coches cruzando la autovía, carruajes… bastante pintoresco pero peligroso. Todos los sentidos eran requeridos en ese ejercicio de conducción y no era el día más apropiado para ello.
Después de una breve parada a comer algo rápido llegamos hacía nuestro primer destino: Cienfuegos. Aparcamos los coches cerca de la plaza gracias a las indicaciones de un oriundo de la zona que recibió sus CUCs en calidad de aparcacoches y seguridad.
Era hora de ver Cienfuegos, pero se estaba aproximando una tormenta. Mientras hacíamos fotos en la plaza principal, el parque José Martí, la lluvia empezó a hacer acto de presencia y con bastante fuerza. Por lo que, ¿qué podíamos hacer? Efectivamente, tomar unas cervezas esperando a que escampara para continuar el turismo.
Termino de llover y terminamos de ver este maravilloso parque. En uno de los extremos de la plaza habíamos leído que había un museo que daba acceso a un mirador desde dónde contemplar toda la plaza y la ciudad de Cienfuegos así que no dudamos en subir. Las vistas bien merecían la pena y descubrimos que una de las plantas estaban adornadas con unas baldosas que lucían símbolos difícilmente asociables a la política cubana.
Una vez apreciadas las maravillosas vistas del parque y de la colorida ciudad de Cienfuegos decidimos ir dando un paseo por sus calles principales hasta el puerto. El paseo era muy agradable, con algún que otro cubano intentando venderte lo que fuera hasta llegar a la zona portuaria. Desde allí, decidimos volver a los coches para emprender el camino hacía nuestro siguiente destino, que sería Trinidad.
Antes, una última visita a otro punto de interés de la ciudad: el malecón y punta gorda. Mereció la pena, desde punta gorda vimos como el sol se iba poniendo en el horizonte.
Allí y, ante la advertencia de un habitante de la ciudad de que no nos demorábamos ya que por las noches salían a las carreteras cangrejos pochados que te destrozaban las ruedas, decidimos continuar nuestro viaje para no llegar excesivamente tarde a lo que sería nuestro último alojamiento en Cuba: el hotel finca maría dolores en las afueras de Trinidad.
Llegamos ya entrada la noche a salvo a pesar de haber visto unos cuantos de los cangrejos por los que habíamos sido advertidos. Nos esperaba una sorpresa un tanto desagradable; desde el hotel nos dicen que la reserva no les ha llegado (el dinero si, curiosamente). Pero bueno, nos preparan unos bungalows y nos dicen que al día siguiente irá la comercial y arreglará todo. Se queda nuestros pasaportes en prenda, cosa que no nos gustó mucho pero no eran horas de discutir. Tras comunicarlo a nuestro agente de viajes, decidimos instalarnos en las habitaciones, que para ser un entorno rural estaban bastante bien (previo sorteo de DNIs, claro).
Una cena en el restaurante del hotel y a las habitaciones. Había sido un día demasiado largo, incluso un día doble para alguno de los viajeros. Mañana sería el momento de descubrir la ciudad de Trinidad.