El día empezaba temprano. Queríamos llegar con tiempo al aeropuerto para asegurarnos que realizábamos todos los trámites y no encontrábamos ningún problema en nuestro viaje a Tel Aviv. Sí; nos íbamos a Israel.
Todo empezó unas cuantas semanas atrás. Nuestro comandante, que ya nos había hablado y comentado las bondades de la ciudad, nos dijo que le habían asignado un vuelo a Tel Aviv. Tenía que ir el miércoles noche y volver el domingo. Nos ofreció acompañarle con el aliciente que la vuelta la haríamos con él a los mandos. No lo dudamos ni un segundo, habían nacido los Toiss del comandante. Primer destino: Israel.
Una vez los tres nos juntamos en el aeropuerto nos dirigimos a recoger nuestras tarjetas de embarque y realizar los controles de seguridad pertinentes. Todo transcurrió sin problemas y en menos tiempo de lo esperado por lo que aprovechamos ese tiempo extra para tomar un café y desayunar algo. El vuelo se antojaba largo y había que coger fuerzas. El avión nos sorprendió con entretenimiento a bordo por lo que el viaje se hizo más ameno. Cerca ya de aterrizar decidimos comer algo para optimizar el tiempo cuando llegáramos. Unos optamos por un bocadillo de pavo que no estaba mal pero lo conservaban a -5º y otro optó por una pizza del Telepizza. El tamaño de la pizza que le sirvieron fue “tamaño kit-kat” como pudimos comprobar por la foto que realizó. Conclusión: llegamos con hambre a Tel-Aviv.
Tras 4 horas y media de viaje aterrizamos en el aeropuerto Ben Gurion a las 2 de la tarde. Un calor húmedo poco agradable nos daba la bienvenida a Israel, pero daba igual, llegábamos con muchas ganas de descubrir los encantos de este país. Un taxi nos condujo hasta el hotel NYX dónde nuestro comandante acababa de amanecer. Tras un breve reconocimiento por el hotel y algo de picoteo procedimos al sorteo de las habitaciones con nuestro ya clásico método de usar los DNIs. Dejamos las cosas en nuestras recién asignadas habitaciones, nos cambiamos y estábamos listos. Era la hora de conocer la ciudad de Tel Aviv.
Lo primero que llama la atención de la ciudad es su actividad y la vida que tienen sus calles. Mucha gente paseando por las mismas, terrazas de bares llenas y un gran número de personas desplazándose en bicicletas y patines eléctricos. Nunca habíamos visto tal concentración de estos vehículos. Fuimos andando, a pesar del intenso calor, hasta el mercado del Carmel. Una vez allí nos paseamos por su calle principal viendo los puestos que ofrecían de todo, fruta, joyas, especias, telas, ropa… un mercado digno de visitar.
El calor apretaba y decidimos que ya era hora de encaminarnos hacía la playa, quién sabe ai para darnos un baño en el Mediterráneo. Pero no pudo ser, un chiringuito se presentó como muralla infranqueable entre nosotros y el mar. Una vez sentados en su terraza, con las mesas en la arena de la playa y una cerveza en la mano, sabíamos que sería imposible llegar al mar. Tan cerca y a la vez tan lejos.
La situación era inmejorable; veíamos atardecer sentados en la terraza desde la playa con unas cervezas en la mano. Fue pasando el tiempo y pensamos que lo mejor sería ir a otro chiringuito de la playa, recomendado por nuestro comandante para cenar y seguir degustando GoldStars (la cerveza local). En nuestro paseo descubrimos que la playa estaba llena de campos de vóley playa y que estos se usaban para jugar, de manera brillante, al futvoley. Viendo este espectáculo llegamos a nuestra siguiente parada: El Lala-Land en Gordon Beach.
Allí probamos una gran cantidad de raciones de la comida local con algún extra de picante para alguno y todo servido por un camarero bastante pesado que se quería ganar una buena propina. Tras terminar nuestra comida y con la ingesta de un “digestivo” que nos sirvió nuestro camarero (no recomendable) decidimos, en estado de euforia, que era hora de tomar algo y ver la actividad nocturna de la ciudad que tanta fama tenía. Estábamos crecidos y con ganas pero no estábamos valorando en su justa medida que al día siguiente teníamos concertada una excursión a Jerusalén y Belén a las 08:45 de la mañana. Eso sería un problema del mañana.
Tras un breve paso por el hotel para dejar las mochilas dónde habíamos transportado innecesariamente nuestros bañadores y toallas fuimos a la zona de fiesta. Una cola bastante larga en el primer bar fue la señal (quizás divina) para que meditáramos sobre nuestro comportamiento. En un insólito momento de lucidez descubrimos que quizás estábamos hipotecando el día siguiente y la tan deseada excursión si cruzábamos el umbral de aquel bar. Nos dimos la vuelta y decidimos tomar una cerveza tranquila en otro bar para posteriormente irnos a dormir. Una terracita, una cerveza tranquila (aunque hubo sugerencias descabelladas de pedir ingentes cantidades de bebida que fueron rechazadas en el último momento),un paseo tranquilo al hotel con otros dos miembros de la tripulación que nos encontramos en el bar y un último intento infructuosos por adquirir cervezas para tomar en la azotea del hotel (está prohibido por ley a esas horas). Así concluyó nuestro primer día en tierras de Israel. Un gran recibimiento para lo que ya empezaba a parecer un maravilloso viaje. Y quedaba lo mejor.